miércoles, 28 de octubre de 2009

Liberación

El frío gélido de diciembre, reflejado en la escarcha que cubría los terrones del campo levantado por el arado, no era obstáculo alguno para partir a primera hora de la mañana hacia el monte. El brillo del sol al amanecer iluminaba el helado horizonte con un destello que deslumbraba la vista al fijar la mirada en la distancia. La brusca sensación inicial de frío, intensa al salir del cálido salón del viejo caserón, se iba reduciendo paulatinamente conforme caminaba. A los pocos metros de trayecto sobraba el abrigo y, como ésto era ya conocido por propia experiencia, salió de casa con una exigua camisa de pana. Trataba de evitar a toda costa cualquier posibilidad de resudar ya que, de producirse, el frío sería entonces demasiado molesto, casi insoportable.
Su forma de caminar era bien conocida entre los vecinos de la villa. Su amplia zancada, unido a la frecuencia del paso, le daban la posibilidad de recorrer grandes distancias a pie en poco tiempo y ello le resultaba de máxima utilidad a la hora de granjearse la merecida fama de magnífico cazador que tenía entre los que le conocían.
En poco tiempo dejó atrás el caserón y desde su posición apenas se podía distinguir ya la vieja torre de iglesia y sus sillares desgastados por los años y el abandono. Conforme se alejaba de la aldea aumentaba su sensación de libertad y ello se reflejaba en su rostro. El semblante contrariado, displicente, con el que había abierto el portón para salir del caserón contrastaba con el gesto de confianza y aplomo de aquél que se sabe parte de un entorno con reglas francas, inamovibles y perfectamente conocidas. Su mirada, fija en el horizonte, señalaba de manera inequívoca hacia la meta, su destino final.
La helada matinal, modulada por el aparición del sol, había dado paso a un agradable frescor que le permitía mantener el ritmo de avance sin desfallecimiento alguno. El terreno comenzaba a inclinarse hacia arriba en las faldas del montecillo aunque, paradójicamente, era en este medio donde se sentía más a gusto al caminar: la pendiente era todavía suave y la dureza del piedemonte se agradecía tras haber recorrido varios kilómetros por el barbecho, donde los pies se hunden una cuarta a cada paso y es necesario ir equilibrando el cuerpo casi constantemente sobre los terrones levantados.
Durante la subida hacia lo alto del cerro no perdía el tiempo en pensar, únicamente disfrutaba con el esfuerzo y con la maravillosa mezcla de sensaciones, fundamentalmente los olores y el colorido, que le regalaba una vez más ese paisaje, tantas veces atravesado junto a su fiel pareja de drahthaar en busca de los bandos de perdices. Definitivamente, todo lo que tenía que pensar ya lo había meditado y su decisión estaba tomada desde hacía tiempo. Su marcado pragmatismo, demostrado con obstinación a lo largo de su vida, le llevaba a no titubear tras elegir la, según él, mejor de las soluciones.
El collado estaba cerca y justo detrás, oculto tras un saliente, se encontraba el gran risco de caliza horadada por el agua desde donde se divisaba todo el valle y donde finalizaría su trayecto. La cercanía del farallón le tranquilizó aún más si cabe.
Cuando llegó a su cresta, tras trepar unos doscientos metros por estrechos pasos y grietas entre la roca, respiró hondo durante unos instantes y se encendió el cigarro que llevaba guardado en el bolsillo de la camisa. Tras la última calada, más larga de lo habitual en un fumador ocasional como él, sacó el retrato de Beatriz de la cartera que guardaba en el pantalón y lo miró dulcemente durante unos minutos. Ya había cumplido con su deber. Era su momento. Un disparo arrancó el graznido desesperado de un grupo de cuervos, que se lanzaron a volar hacia el fondo del valle, planeando sobre la inmensidad de sus baldíos terrenos.

martes, 27 de octubre de 2009

Liderazgo

Estaba sentado en un asiento del vagón, con el codo apoyado sobre la barra de sujeción que delimita la zona de asientos con la puerta de acceso. Su apariencia era intachable, traje gris marengo, corbata amarilla y mocasines perfectamente abrillantados. El pelo, con las canas necesarias para transmitir confianza, pero no las suficientes para parecer un viejo, remataba la imagen del estereotipo actual del profesional perfecto.
Entre sus manos sujetaba un libro de tapas grises, de encuadernación austera. Estaba concentrado al máximo en su lectura. Por el aspecto del nudo de la corbata, ligeramente aflojado, daba la impresión de estar en el trayecto de vuelta a casa desde el trabajo. Entre los pies sujetaba un maletín. El reloj digital del vagón marcaba las ocho y diez de la tarde.
La edad que aparentaba, junto al anillo dorado que lucía en su mano derecha, dejaba entrever que estaba casado y probablemente fuera el padre de varios hijos. No parecía que estuviera pensando en otra cosa que no fuera su lectura, a pesar de que una noche más no llegara a despedirse de los niños antes de que se marcharan a dormir. Mientras pasaba la página, mascaba chicle lentamente, y su gesto sugería que estaba asimilando perfectamente el contenido del libro.
De repente, unos segundos antes de que el tren se detuviera en la estación de Méndez Álvaro, el hombre insertó una hoja en blanco en el libro a modo de marcador y lo cerró con delicadeza, dejando al descubierto la portada. El título del libro era "Las ocho claves del liderazgo". Finalmente, lo introdujo en su maletín, junto a los restos de comida guardados en dos recipientes de plástico, y se levantó para salir del vagón.

domingo, 25 de octubre de 2009

Influenciable

A menudo se preguntaba sobre las bondades o maldades del hecho de ser fácilmente influenciable. Por una parte, pensaba, seguir un estilo propio, tener una línea de actuación personal resultaba siempre recomendable. Sin embargo, renunciar a las influencias positivas que podría recibir de los que le rodeaban no parecía inteligente. Seguro que existía un equilibrio entre ambas posiciones pero, en ocasiones, no resultaba fácil llegar a combinarlas adecuadamente.
Si le dieran a elegir, prefería quedar bajo la máxima influencia posible de aquellos a los que admiraba, los que, a su juicio, acaparaban la sabiduría, el temple, la intuición, la curiosidad, las ganas de aprender, el sentido del humor, la ironía, el desprecio hacia los tópicos y lo políticamente correcto. Por el contrario, seleccionaría la estanqueidad contra aquellos que personifican los valores opuestos. Actuando de esta forma, según él, se podía alcanzar, por un lado, la satisfacción personal de poder elegir y, por otro, no renunciar a la valiosa aportación de los mejores.
Los que le rodeaban, al referirse a él, reconocían a un personaje mediocre, un ser impersonal, adusto, apático, insociable, en definitiva, lo que en nuestra sociedad se entiende como raro. No resultaba sencillo para el resto comprender su evidente falta de interés por relacionarse con ellos, mientras no dudaba en mantener largas conversaciones con el bedel de la tercera planta, un personaje patibulario y excéntrico, un perdedor, un don nadie, que aprovechaba las largas horas de espera para devorar tantos libros como le fuera posible.

jueves, 22 de octubre de 2009

Recetas

Nos gustan las recetas, seguir instrucciones para que tal o cual cosa funcione. El motivo es sencillo: nos evita pensar, meditar sobre el fundamento que provoca el resultado que se busca. Es una cuestión de comodidad, de pereza intelectual, no exenta de peligros. El hecho de seguir recetas nos deja indefensos ante lo inesperado, por mínimo que esto sea.
La alternativa es conocer las técnicas de trabajo, los criterios y fundamentos que provocan determinadas consecuencias para, a partir de las condiciones que se presenten, tomar nuestras propias decisiones sobre la manera óptima de resolver cada situación. Este método nos ofrece la tranquilidad de actuar de una forma correcta con la satisfacción personal que emana de analizar el problema, meditar la solución y resolverla de forma apropiada, dejando a un lado las consignas aprendidas literalmente.
Esta forma de actuar requiere de un aprendizaje diferente, basado en la comprensión de los conceptos en detrimento de la mera memorización de información. Este tipo de aprendizaje exige al maestro un conocimiento profundo y riguroso sobre aquello que ha de transmitir ya que cada uno de los conceptos analizados ha de ser justificado de una forma perfectamente razonada.
Los que hemos de ser formados debemos acostumbrarnos a preguntar por qué de forma sistemática, exigir explicaciones detalladas, y no conformarnos con una evasiva como respuesta. De otra forma lo aprendido tiene un valor exiguo. No existen grandes cocineros que se limiten a seguir un recetario de cocina. Los grandes chefs mundiales dominan las técnicas de los sabores, las mezclas de ingredientes, el valor de las texturas, los olores, la estética.

lunes, 12 de octubre de 2009

Miradas



La mirada de un hombre. Nada puede revelar más de una persona que su forma de mirar. Una única mirada puede hacer de una cara hermosa una imagen absolutamente desoladora y de un rostro arrugado y curtido por el sol, un icono capaz de movilizar a las masas. A menudo, al repasar fotografías de miradas de escritores, filósofos, físicos, pintores, músicos, científicos, misioneros... y de algunos de los que han dedicado su vida a trascender de lo prosaico, de lo vulgar, para tratar de avanzar en el campo del conocimiento, crear o mejorar la vida de aquellos que los rodean, a uno le recorre una sensación especial, difícil de describir.
Detrás de un solo gesto se vislumbra la grandeza que puede llegar a alcanzar un hombre, sin necesidad de pronunciar una sola palabra. No resulta necesario divagar sobre grandes conceptos metafísicos ni profundos tratados teológicos para adivinar lo que puede esconder en su interior. De la misma manera, se delatan detrás de sus miradas aquellos cuyo gesto sugiere el vacío, el desierto donde cualquier resto de humanidad resulta inalcanzable.
Los fotógrafos han sabido captar como nadie esta realidad y la mirada de algunas personas inmortalizadas en un simple retrato han constituido auténticos símbolos, casi mitológicos. Teresa de Calcuta, John Lennon, Albert Einstein, Ernesto Guevara, Woody Allen son quizá algunos de los más conocidos pero, afortunadamente, el listado es interminable...

domingo, 11 de octubre de 2009

Que me haga reír

La entrevista va dar comienzo. Desde detrás de las cámaras, un joven con barba de varios días despliega su mano derecha y simula una cuenta atrás ocultando sus dedos, uno cada segundo. Al final del descuento exclama un rápido "dentro". En ese momento, el gesto de una de las dos mujeres que esperan sentadas en el escenario, pasa bruscamente de la preocupación a la estudiada sonrisa de una profesional de la televisión.
-Hola amigos, hoy tengo el placer de presentarles en exclusiva la primera entrevista de Berta Conde, la top model española más cotizada en las pasarelas de París y Milán. - en ese momento gira la cabeza, dirigiéndose a la otra mujer:
-Berta, buenas noches.
-Buenas noches, Julia. - La cámara la enfoca y su rostro no ofrece dudas de las causas del éxito que la precede. Es una auténtica belleza: ojos negros, pelo oscuro, tez morena, labios carnosos, perfectamente marcados sobre una piel fina y tersa, propia de su edad: diecinueve años.
-Dime Berta, ¿te asusta ser la mujer más deseada de este país?
-No creo que esto sea así, Julia, realmente no me considero especialmente sexy -responde con falsa humildad.
La entrevista discurre por los cauces normales en estos casos. Preguntas sobre sus medidas: noventa y dos, cincuenta y nueve, noventa; sobre sus gustos cinematográficos, literarios, y otras cuestiones sobre su opinión acerca de asuntos de actualidad. Ella responde con tópicos bien aprendidos y con contestaciones tan artificiales como los cosméticos con los que ha retocado su bello rostro. La entrevistadora se hace la interesante y empieza a entrar en preguntas más personales.
-Pero dime Berta, para ti, ¿qué es lo más importante en un hombre que te quiera conquistar?- La cámara enfoca de nuevo al bellezón, esta vez de cuerpo entero, y ella responde, tras una pequeña pausa para meditar su respuesta -pues fíjate Julia, creo que lo que más me atrae de un hombre es que me haga reír...-Tras esta respuesta siguen algunas preguntas más sobre sus últimos trabajos en Milán, Nueva York y París y sobre las tendencias actuales de la moda. La presentadora le da las gracias y le desea lo mejor para el futuro. Ambas se despiden con un cariñoso beso ante las cámaras.
Al cabo de cinco meses aparece una noticia en las páginas de sociedad de la prensa escrita. "Berta Conde, la top model española más cotizada del momento, se ha comprometido con el empresario David Piñeiro, de cincuenta y nueve años de edad, presidente del grupo AXIA-XII". Bajo el titular aparece una fotografía del multimillonario de pelo engominado. La mirada penetrante, seria, transmite la agresividad propia de aquél que está acostumbrado a sobrevivir en un mundo de personajes como él: competitivos, duros, esclavos de su trabajo y libres de cualquier escrúpulo que le impida conseguir sus objetivos. Lo que nadie conocía, ni siquiera su ex mujer a la que acababa de abandonar por la modelo, era su escondida faceta de hombre chistoso, capaz de hacer reír a una mujer cuarenta años más joven que él.

lunes, 5 de octubre de 2009

Modas

No consigo entender a ciencia cierta el sentido de las modas. De repente, como quien no quiere la cosa, aparece un aluvión de gafas de gota, sandalias romanas y los pantalones colgando por debajo del trasero, mostrando unos calzoncillos de Kalvin Klein. Lo de menos es la ropa en sí, que puede ser más o menos estética o ridícula. Lo sorprendente es que detrás de esta costumbre se esconde la excusa de ser diferente, de destacar ante los demás, cuando en realidad lo que se está consiguiendo es el efecto contrario.
Mi opinión es que es este uno más de los síntomas de la pérdida de los valores individuales, del servilismo hacia los estereotipos que nos marcan no sé exactamente desde dónde. Si es necesario fabricar cientos de miles de gafas de gota y sandalias romanas para estar a la moda, alguien deberá ponerse manos a la obra para, en primer término, imponer la tendencia en el mercado, y posteriormente, fabricar la mercancía para saciar las ansias del consumo previamente inoculado en la sociedad. Lo cierto es que desconozco los mecanismos que mantienen este sistema, ya que lo que se publica generalmente en la prensa sobre las modas suele ser precisamente lo que queda fuera del alcance de las clases medias, es decir aquello que está al alcance de muy pocos y que, por lo tanto, sí sirve para marcar distancias entre los más acomodados y el resto.
En occidente siempre nos ha repugnado la esclavitud escondida bajo la uniformidad. Ha sido un síntoma claro de la falta de libertad, de la búsqueda de la impersonalidad propugnada por los sistemas dictatoriales como el comunismo maoista o los diferentes regímenes de ultraderecha. Sin embargo, al final, esta uniformidad llega por sí misma, si bien no impuesta por el Estado sino por el mercado y sus poderosas herramientas publicitarias. Es lo que algunos llaman la globalización: la pérdida de la tradición a manos de la maquinaria pesada de las grandes compañías. Otro tipo de esclavitud, más moderna y más dulce porque la aceptamos de buen grado al pensar que somos nosotros los que decidimos, cuando en realidad lo están haciendo un reducido número de personas desde la altura de la última planta del rascacielos de una gran ciudad.

viernes, 2 de octubre de 2009

Propaganda

La jornada de selección de la sede de los juegos olímpicos de 2016 ha sido un momento interesante para comprobar los modernos medios de propaganda para tratar de convencer haciendo uso de la más burda manipulación de lo políticamente correcto. En realidad, no deja de ser una grotesca utilización de estereotipos que resulta lacerante para el gusto de cualquier persona con cierto sentido del pudor.
A lo largo de las presentaciones de las distintas sedes hemos podido presenciar montajes con idílicas imágenes, tan irreales como asquerosamente correctas: un grupo de jugadores de baloncesto en una cancha pública en donde juegan negros, blancos, musulmanes y chinos, con sonrisas de oreja a oreja y miradas de complicidad; la típica abuelita de cuento de hadas cerrando los ojos con gesto de deseo trascendental, pensando en que lo último que quiere ver antes de morir son unos juegos olímpicos; minusválidos emocionados practicando deporte en la ciudad de turno; discursos, cuidadosamente redactados por asesores de imagen, en los que inocentes niños angelicales hablan de valores absolutos de la ética y la moral...
¿Es realmente necesario pasar por esto para convencer a alguien de que una ciudad tiene capacidad de organizar un evento deportivo? ¿Se puede llegar a emocionar alguien ante un alarde tal de hipocresía y superficialidad? Probablemente sí, eso es lo grave del asunto. Los orondos miembros de este tipo de instituciones, con su espíritu olímpico ahogado entre las grasa corporal bien ganada en sus opulentas "comidas de trabajo", están sedientos de paradisíacas imágenes de un mundo sencillamente inexistente. Este tipo de actos alimenta el buen nombre de la oscura organización que se esconde tras la intachable idea del "espíritu olímpico".
Confío que algún día dejen tranquilos a los bebés, niños enfermos, personas minusválidas, ancianos, inmigrantes y toda el conjunto de grupos manipulados por este tipo de chabacana propaganda. Bastante tienen con lo que han de soportar todos los días, provocado por la incomprensión social y la falta de medios públicos, como para que tengan que ver estupefactos cómo se utiliza su imagen para conseguir hacer cosquillas en los sentimientos de los demás. Me temo que ese día está lejano. Resulta fácil de comprobar. Simplemente bastará con echar un vistazo a la próxima campaña electoral.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Un tropezón

Un día cualquiera de verano en una calle de Madrid. El clima agradable, propio de los últimos días del estío, llena de clientes las terrazas de la avenida, cercanas a la estación de ferrocarril. Los comensales, enfrascados en sus conversaciones sobre la vuelta a la rutina, degustan unas buenas tapas bajo la protección de los quitasoles. En una de las mesas, entre la última que permanece aún vacía y la mesa en la que que almuerzan una puta dominicana y su chulo, un grupo de amigos charlan sobre la justicia, la objetividad y la excelencia. El diálogo entre ellos, plagado de fina ironía y giros inteligentes, demuestra que se trata de personas de alta formación, intelectualmente sobrados.
Las indirectas y alusiones entre los miembros del grupo se mezclan con comentarios sobre Arte e Historia de España, todo ellos en un clima distendido, con la excepción de aquellos momentos en que los mendigos que descansan a la sombra de los plátanos de la acera de enfrente, se levantan y cruzan la calle para pedir un cigarro o una limosna. En esos momentos la conversación se interrumpe y las miradas perdidas muestran de forma sutil la vergüenza ajena que sienten al presenciar a un hombre derrotado, que ha perdido su autoestima y el amor propio, ahogado en la botella de ginebra que guarda bajo uno de los bancos de la avenida.
Tras la interrupción, la charla se reactiva sola, sigue como si nada hubiera pasado, a nadie le interesa orientar el coloquio hacia el molesto suceso. De modo consensuado se pasa página y se pasa a los postres entre risas y parabienes.
Tras el café, se despiden entre ellos hasta el próximo día. Dos de ellos, los menos habladores del grupo, cruzan la calle para pedir un taxi que les lleve al trabajo. En ese mismo momento, uno de los fantasmagóricos indigentes, con apariencia de anciano, que se dispone a cruzar tras ellos, comienza a tambalearse. Lleva una bolsa en su mano y se esfuerza por adelantar una de las piernas para intentar dar un paso más, pero ésta no responde a su estímulo. El balanceo se mantiene unos segundos y, al no resistir más, se desploma como un fardo boca abajo. El golpe es brutal, tanto que los dos hombres no pueden disimular que no lo hayan visto. Ellos son las personas que se encuentran más cerca del despojo humano que se mueve torpemente sobre la acera, entre débiles quejidos. Los dos hombres miran estupefactos la escena y permanecen inmóviles, avergonzados de la situación y de sí mismos mientras el resto de mendigos se acerca desde la lejanía para ayudar a su viejo compañero de fatigas. La situación ha cambiado en un instante, los pordioseros son ahora los que miran hacia otro lado para no presenciar la penosa imagen de dos hombres, avergonzados por su cobardía y su falta de dignidad.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Burócrata

Se encuentra agazapado detrás de su pupitre, sentado cómodamente a la espera de que llegue algún incauto a sus redes y pase de su aletargado estado de aburrimiento al intenso disfrute que le supone pronunciar la palabra "no". -No es posible -sonríe -falta el impreso X que sirve para pedir el papel Z y una vez firmado el papel Z por triplicado y sellado por el secretario de la habilitación, pasa al delegado, que me lo traerá y yo pondré el sello de la delegación - le señala el sello con su matecoso dedo índice... En ese momento, el incauto descompone el gesto pensando el tiempo que supondrá el trámite de pedir la subvención, provocando el orgullo personal del burócrata. - ¿Y no hay otra vía?, se trata de una subvención que implica continuar con la linea de trabajo dos años más. Los contratos de los trabajadores finalizan la semana que viene... - Es que han esperado demasiado... no le puedo decir otra cosa... hágase cargo, me la estoy jugando sin necesidad, a mí me pagan lo mismo... - Pero si el año pasado no se pedían todos estos trámites, ¿ha cambiado el reglamento?
El burócrata da por finalizado el juego y, haciendo gala de su celo por el servicio público, adopta un gesto de compasión contenida, agarra el cuño, lo moja sobre el tampón de tinta y con un golpe seco marca el sello de la delegación sobre el documento que tiene sobre la mesa. - Por esta vez, lo dejaremos pasar, pero que no vuelva a ocurrir... El incauto le pide mil disculpas, le agradece de forma airada el noble gesto realizado y desaparece. Por su parte, el héroe se levanta de su pupitre, se coloca la chaqueta y se dirige a la cafetería a comentar con sus compañeros que está "más liado que la pata de un romano" y que si no fuera por su "voluntad de servicio" la función pública sería un absoluto desastre.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Escualos

En la sala se espera su llegada. Alrededor de una mesa alargada, de color blanco, perfectamente pulida y abrillantada, se sientan los nerviosos empleados esperando con impaciecia la entrada del director. Siempre se retrasa, piensan todos, nada anormal por ahora. Seguro que aparecerá con una media sonrisa y una excusa aparentemente sincera y educada para justificar su pertinaz impuntualidad. Nadie debería sentirse herido, en definitiva, todos los demás dependen de él, es demasiado importante para que no se transija con esos pequeños detalles.
De repente, se abre la puerta de la sala y aparece por la puerta. -Perdonadme, pero es que llevo un día de locos, ya me entendéis. -No se preocupe, don Agustín, nos lo imaginamos -responde Santos, tratando de parecer simpático.
Su aspecto es impecable. Traje azul marengo, corbata de Loewe de color esmeralda rematada con un grueso nudo en el cuello. En los puños de la camisa blanca, los gemelos de oro brillan de forma armoniosa con su pelo engominado y el esmalte de sus afilados dientes. El ambiente se recarga y el nerviosismo se palpa entre los asistentes a la reunión.
Tras la leve sonrisa con la que ha resuelto su falta de puntualidad rehace el gesto habitual de seriedad con la que transmite a los demás la alta responsabilidad que justifica su suculento sueldo. Es en ese momento cuando comienza con su estudiado discurso sobre los graves problemas que aquejan a la empresa y lo mucho que está luchando por mantener sus puestos de trabajo a pesar de la mala coyuntura por la que atraviesa la empresa. Lógicamente, apela a su solidaridad con una moderación salarial que correponda al ímprobo esfuerzo realizado por la compañía.
Mientras termina su exposición, mira de reojo el reloj para asegurarse que llegará a tiempo a la corrida de toros, mientras sus comprensivos empleados preparan la entrega del trabajo hasta altas horas de la noche. Hay tiempo -piensa-, tiene media hora aún y llegando tarde a los toros demuestra su responsabilidad como empresario comprometido entre sus colegas del tendido de sombra.

jueves, 3 de septiembre de 2009

El peligro de dominar el tiempo

No estamos preparados para sufrir. La situación actual en el mundo desarrollado nos mantiene en un cómodo y engañoso estado de confianza. Las necesidades vitales están plenamente satisfechas y las estadísticas sobre una vida longeva y sana nos dan razones para sentirnos tranquilos sobre el horizonte que nos espera. Vivimos en una nube, tan falsa como peligrosa para nuestra existencia. En ella, la bruma no nos permite apreciar que cada momento, cada detalle, cada instante, es un regalo y como tal hemos de disfrutar de él. "Carpe diem quam minimum credula postero": Vive el momento, no confíes en mañana, proponía Horacio, el poeta, en la época romana. Sabio consejo.
Sin embargo, la ilusa sensación de dominar el tiempo, asegurada por los grandes números manejados por la estadística, nos lleva a sentirnos seguros. La seguridad, a su vez, nos lleva a apreciar como importantes a aspectos pueriles de la vida, de tal forma que nos podemos permitir el lujo de sufrir de manera gratuita y estúpida por circunstancias intrascendentes, banales. Nos hemos acostumbrado a sufrir de una forma tan frívola que resulta insultante para todos aquellos que están experimentando el dolor de forma directa, implacable, cruel.
Deberíamos pararnos a pensar en algún momento en dar sentido a la existencia, alejarnos de las miserias cotidianas y aprender a disfrutar de todo aquello que nos rodea, porque es valioso, por escondido que parezca. Es habitual escuchar reflexiones sobre estas mismas ideas a aquellos que han tenido la oportunidad de rehabilitarse de una grave enfermedad, es decir, a aquellos que por un momento han sentido que perdían el dominio del tiempo. Es triste que tengamos que pasar por este tipo de situaciones para asimilar que no debemos perder ni un minuto de nuestra vida. Parece que únicamente cuando no nos sentimos los amos de nuestro futuro somos capaces de apreciar aquello que realmente importa, olvidando casi siempre que el futuro no se deja dominar por nadie.

domingo, 23 de agosto de 2009

Un mundo feliz

Los días pasaban y no notaba cambio alguno mientras miraba con atención a su alrededor. Los hombres en la playa paseaban en bañador junto al borde del mar, con gesto serio, dando a entender a los demás con su velocidad de marcha, algo más alta de lo normal, que estaban haciendo ejercicio. En las caras se dibujaban pocas sonrisas, y las miradas eran ausentes, como si el periodo de descanso que estaban disfrutando fuera una rutina más en una vida de por sí monótona. Los cuerpos, una vez descubiertos de su envoltorio habitual, eran la mejor encarnación de su estado: una copiosa cantidad de carne fofa colgando de un esqueleto inclinado hacia delante. Sus conversaciones eran escasas, cortas, directas, las estrictamente necesarias para cumplir con alguna necesidad. No se escuchaban tertulias, charlas amistosas, risas, intercambios de opiniones... En realidad, se trataba de otra de las actividades que se habían ido perdiendo, junto con la actividad física que se reflejaba en sus coloradas carnes. Sólo los viejos por las calles daban los buenos días al cruzarse con un desconocido. Ya no les resultaba necesario conversar, era más cómodo escuchar el pensamiento y las opiniones que le venían dados diariamente frente a los televisores de sus casas, mientras ellos, confortablemente sentados en sus butacas, escuchaban con atención las opiniones de los telepredicadores y asentían con la cabeza, repitiendo interiormente las consignas aprendidas.
La degeneración de sus cuerpos resultaba evidente. Sin embargo, los efectos derivados de la falta de actividad del pensamiento propio, del espíritu crítico, eran más difíciles de descubrir. La atrofia cerebral producida por falta de uso, al igual que ocurría con su musculatura, suponía un deterioro cierto que, con el paso del tiempo, tendría inciertas consecuencias.

martes, 18 de agosto de 2009

Competir

La competitividad está en boca de todos. Es muy importante ser competitivos, es decir, ser capaces de disputar con los demás por conseguir algo a lo que ellos y nosotros aspiramos. En sí mismo, competir no representa ninguna cualidad, más bien lo contrario, ya que dentro de su definición solo existe una componente de lucha, de conflicto para conseguir lo deseado, sin entrar en métodos ni pautas de actitud. Quizá sea la mejor apuesta de los poderosos, fomentar entre los que forman la base productiva de sus empresas que sean capaces de pisar la cabeza de cualquiera por un chusco de pan, siempre que con ello se aumenten los resultados a final de año. Pero esta consigna ha calado hondo. Es fácil de comprobar, basta con advertir la agresividad que nos rodea. Ya no se refiere solo a una conducta empresarial agresiva, el concepto está en la calle, en las universidades, en las instituciones, impregnando todo de un corrosivo halo que nos va consumiendo poco a poco, sin darnos cuenta.
La búsqueda de la excelencia, por el contrario, está denostada. La excelencia es en sí mismo un objetivo esencial. Su único propósito es lograr mejorar como individuo, aumentar sus cualidades, la calidad de su trabajo, su conducta personal, su honestidad, y todo ello sin mirar al de enfrente, sin buscar la ruina del colega o del compañero. En general, las personas que se centran en conseguir la excelencia, suelen eludir la competición. No les atrae en absoluto la disputa, sino el propio hecho de avanzar, de ser mejores y de divertirse lo más posible con ello.
La búsqueda de la excelencia no es coto privado para los grandes pensadores o las mentes preclaras. La mejora de uno como persona no depende del punto en que inicie el proceso. Siempre es posible conseguirlo. La diferfencia entre unos y otros es hasta dónde podrán llegar a lo largo de su búsqueda, de su perfeccionamiento personal.
Pero esta tarea implica esfuerzo, motivación, tesón y la confianza personal en que es lo mejor para uno mismo y para los que le rodean, ya que los premios son intangibles (aunque extraordinarios), muchas veces alejados de la realidad material. Probablemente nunca se conseguirá llegar a dar un pelotazo, ni será fácil entrar dentro del mundo de los triunfadores oficiales, de los que compiten, pero la compensación será inmensa, porque uno se sentirá orgulloso de sí mismo. O al menos eso creo.

martes, 11 de agosto de 2009

Un párrafo es suficiente

“Francamente, no sé si creo en Dios. A veces imagino que en el caso de que Dios exista, no habría de disgustarle esta duda. En realidad, los elementos que él (¿o Él?) mismo nos ha dado (raciocinio, sensibilidad, intuición) no son en absoluto suficientes como para garantizarnos ni su existencia ni su no existencia. Gracias a una corazonada, puedo creer en Dios y acertar, o no creer en Dios y también acertar. ¿Entonces? Acaso Dios tenga un rostro de croupier y yo sólo sea un pobre diablo que juega a rojo cuando sale negro, y viceversa.”
Mario Benedetti.

sábado, 8 de agosto de 2009

Libros muertos

La primera sensación tras entrar en la casa era de orden y limpieza. Lo primero que se debía visitar era el salón. Amplio, bien iluminado por dos grandes ventanales, de planta rectangular y excesivamente recargado de muebles y adornos. Mesas de cristal con multitud de ceniceros, figuritas, porcelanas, minúsculas bandejitas de plata, jarroncitos... todos ellos minuciosamente colocados. La primera cuestión que a uno se le planteaba era si resultaría posible mantener ese orden con el uso cotidiano de una estancia donde se pasa la mayor parte del tiempo cuando uno está en casa. Más tarde me confesaron que ése era el salón de uso en las ocasiones especiales y que normalmente la pareja que habitaba la casa pasaba la mayor parte del día en una pequeña habitación auxiliar donde disponían de un pequeño televisor, una mesa camilla y una raída butaquita de orejas. No era fácil comprender cómo en una vivienda de noventa metros cuadrados se permitían reservar veinte para una posible visita especial o simplemente para enseñar al vecindario: ello suponía reducir el espacio vital en un veinticinco por ciento.
Pero lo que realmente llamaba la atención de ese salón era la librería que formaba el frontal principal de la sala, justo enfrente de los brillantes sillones y sofás de escay reservados para que algún egregio trasero, lo suficientemente digno como para que se le permitiera posarse sobre ellos, hiciera los honores.
La librería la formaban algunas colecciones completas de enciclopedias de historia, arte, literatura, de lomos marrones, la mayor parte de ellas con títulos en letras doradas, perfectamente colocada en sus estantes. Algunos libros de anchos lomos donde se podía leer: El Románico, El Gótico, Los Impresionistas, Historia de la Guerra Civil... Todos ellos lujosamente encuadernados y ordenados con la pulcritud propia de aquél cuyo único objetivo es conseguir el efecto de que el propio libro sea el complemento de la librería de madera de roble que agotó los ahorros del año 1981. Todos los libros tenían el aspecto de no haber sido abiertos jamás, aunque estaban cuidadosamente desenpolvados y entre ellos no se podía encontrar ninguno que no fuera de las colecciones que integraban los estantes. La sensación que uno tenía al repasar las colecciones era que el día que las terminaron de comprar, se quedaron plenamente aliviados por haber rellenado apresuradamente esos huecos de la librería. Era evidente que en esa estantería, el libro era un objeto residual, sin ningún tipo de uso ni aprecio, un objeto inerte utilizado únicamente como coartada a la hora de decorar el salón y, de paso, realzar la imagen de la familia. El caso es que el hueco reservado no quede vacío, cueste lo que cueste. Triste destino para un libro: ser un trasto más en una postal kitsch.

miércoles, 5 de agosto de 2009

93-09

Nunca encontraba el momento de decírselo. No sabía cómo hacerlo. Lo deseaba desde lo más profundo de su ser, pero le resultaba imposible. Muchas veces, en momentos de soledad y sobre todo, en sus frecuentes viajes, cuando les separaba una gran distancia, se le saltaban las lágrimas pensando en ella y en la frustración que supondría para ella vivir el resto de su vida con un hombre incapaz de transmitirle calor, cercanía, en definitiva, su amor. Por las noches, mientras ella dormía, se podía permitir el placer de observarla detenidamente, dejando que sus ojos expresaran todo aquello que no podían cuando la miraba durante el resto del día.
No estaba seguro realmente si el hecho de no mostrar lo que sentía hacia ella durante tanto tiempo había afectado al sentimiento que siempre había demostrado hacia él. Era algo que resultaba verosímil, pero sus sensaciones le decían que nunca dejó de estar enamorada, ni en lo momentos más difíciles, cuando su carácter hosco le hacía prácticamente intratable. Eso le inspiraba confianza: nunca la perdería.
Él achacaba esta falta de contacto a su propio carácter y al hecho de que las relaciones humanas estaban fuertemente influenciadas, para mal, por el sentimiento de seguridad y la costumbre. Según él, ello provoca que con frecuencia se acabase pensando, erróneamente, que, pasara lo que pasara, nada iba a cambiar, todo seguiría igual, como siempre, independientemente de lo que uno hiciera o dejara de hacer. A pesar de todo, sabía que él no iba a cambiar, básicamente porque no sabía ser de otra forma, pero trataría de buscar algún medio para que ella supiera (más bien sintiera, porque ella ya lo sabía) lo mucho que la quería. No sería difícil.

lunes, 27 de julio de 2009

Importantes

VIP, acrónimo de very important people. Tener derecho a acceder a la zona VIP establece la diferencia entre aquellos que son importantes y los demás. Este tipo de discriminación no solo está admitida sino que constituye en sí misma una selección entre los mejores y el resto. Si la discriminación fuera racial o por sexo se produciría un revuelo entre los inquisidores de lo políticamente correcto que sería objeto de portadas en los periódicos y de un más que seguro rechazo social. Pero si la diferencia entre unos y otros reside en el dinero, la popularidad y el de la cuna familiar, el problema no es tal.
La vida de un personaje VIP es objeto de culto. Su casa, su estilo de vida, su forma de vestir, sus aficiones, derroches y excentricidades se convierten en bienes de consumo que son presenciados con admiración por los que somos menos importantes. Muchas veces, las idílicas imágenes de sus posados en lujosas mansiones y sus estudiados gestos de aplomo y saber estar, transmiten una sensación al espectador que afianza su privilegiada posición. La caída del mito se produce cuando han de expresar cualquier tipo de opinión sin un guión preestablecido. En ese momento los demás comprobamos que los importantes balbucean frases hechas a trompicones y adolecen de una conversación vacía de contenido: ¡casi como los menos importantes!
Los entendidos dicen que las grandes revoluciones producidas en África tras la descolonización surgieron a partir de que los negros comprobaron, en la lucha compartida en el campo de batalla, que el superhombre blanco era tan vulnerable a las balas y a las bayonetas como ellos. En ese momento, el mito se esfumó y se sintieron con la autoridad moral necesaria para desatar las ligaduras que les habían mantenido esclavizados durante siglos.
En nuestro caso, el mito (de los VIP) no desaparece porque lo necesitamos. Nos obsesiona crear individuos a los que admirar. La razón para que lo sean es lo de menos. Idolatrando a la comunidad VIP mantenemos las anteojeras que los menos importantes (bestias de carga) necesitamos para continuar con nuestra penosa y monótona tarea diaria. Con un poco de suerte nos puede llegar a tocar la lotería, tener éxito en el cásting de OT o GH y acceder al selecto y frívolo club mantenido por la industria periodística. Además si creamos mitos con cierta frecuencia nos podemos permitir el morboso lujo de presenciar algún que otro linchamiento de alguno de ellos, también aprovechado por la industria de la prensa, como no podía ser menos.

jueves, 23 de julio de 2009

Alternativo

Se bajó de la caravana y respiró hondo. Su aspecto denotaba cansancio. Vestía pantalones largos de lona, como los que suelen utilizar los montañeros en sus escaladas veraniegas y una camiseta negra de manga corta de algodón con un único símbolo en el pecho, aparentemente una palabra escrita en alfabeto tailandés, en color blanco. Notaba de nuevo en su piel la humedad del clima que había echado en falta estos últimos días y se sentía reconfortado por ello: se encontraba de nuevo en su patria.
Decidió tomar asiento en las escaleras de la furgoneta para atarse el cordón de su zapatilla de senderismo y en su cabeza daba vueltas a lo que había venido meditando mientras conducía de vuelta a casa. Le repugnaban los hombres con los que había tratado durante ese día en la capital. Eran jóvenes, incapaces de tener aún suficiente bagaje para haberse hecho merecedores del carísimo traje que lucían ante él. En su opinión, no se trataba sino de un disfraz que ocultaba la mediocridad en su interior. A él no le hacía falta todo aquello porque ya había demostrado sus virtudes de forma sobrada. Mientras pensaba en ello se mesaba los cabellos, rematados con una pequeña coleta que le daba su preconcebido aspecto alternativo que tanto le satisfacía.
Pero al fin y al cabo ya estaba de vuelta en casa y podía citarse con los colegas para contarles sus penas. Se despacharía a gusto junto a ellos sobre la cuadrilla de retrógrados que se había visto obligado a soportar para solicitar los fondos para NaturGEA, la ONG que había fundado junto a unos cuantos compañeros de la antigua delegación de alumnos. Era parte de su deber como máximo responsable tener que mezclarse con semejante calaña y tragarse su odio visceral hacia ellos. Merecía la pena, - pensaba él, - les sacaremos varios miles de euros para salvar la Margaritífera. Mientras se le comenzaba a dibujar una sonrisa en los labios por la buena labor desempeñada, se miraba en el espejo retrovisor para revisar la minuciosa tarea realizada en sus patillas durante el aseo matutino. Ciertamente, estaban perfectas.

miércoles, 15 de julio de 2009

De barrio (de toda la vida)

Ha quedado con P en la panadería para dar una vuelta antes de comer. Seguro que ya se ha enfundado su camiseta de Hilfiger y lleva las zapatillas blancas con el símbolo de Nike azul claro. Qué faena, él solo dispone como fondo de armario de unas zapatillas Paredes y unos Lois. Al menos la camiseta pasa el filtro de la mirada de sus colegas del barrio de toda la vida. Avergonzado por la facha, sale de su casa, casi pidiendo disculpas por lo ridículo de su atuendo.
La panadería es el centro neurálgico donde se concentran los jóvenes colegiales del barrio. Es ahí donde uno ha de atraer la atención de las jóvenes estudiantes del colegio de monjas. Se trata del colegio donde acuden las hijas de las parejas del barrio de toda la vida. Al llegar a la puerta, P le saluda y entran a pedirse una palmera de chocolate y un bote de coca-cola, inmejorable caldo de cultivo de un acné que se precie. Contentos con su botín se acomodan en el escalón junto al escaparate. P le pregunta si va a acudir a la protesta vecinal por el nuevo complejo de viviendas de protección social que se están construyendo en pleno corazón del barrio. Él niega con la cabeza. ¿Por qué habría de protestar por ello? No acaba de comprenderlo.
P le explica con animosidad que su padre le ha dicho que los nuevos vecinos traerán delincuencia y droga a un barrio decente. - Además, los nuevos habitantes no son del barrio de toda la vida (piensa él irónicamente). Mientras paladea la deliciosa palmera de chocolate se pregunta: pero, ¿cuántos años tiene el barrio? Mis padres siempre me han dicho que cuando se mudaron a vivir aquí tras mi nacimiento no había más que campo y algún pastor con sus ovejas... entonces, cuando P me habla de los del barrio de toda la vida ¿se referirá a las pacíficas ovejas merinas o a sus esforzados guardianes? Por la mirada de los que me rodean, yo diría que lo primero - piensa mientras les echa un vistazo de arriba abajo con sus ojos curiosos.

domingo, 12 de julio de 2009

Un libro

Un hombre camina por la calle. Mantiene un paso cansino y no parece tener prisa por llegar a su destino, en caso de que lo tuviera. Su mirada perdida denota una sensación de indiferencia respecto a todo lo que le rodea. Los viandantes que se cruzan a su paso, caminan apresurados y sudorosos, la mayor parte de ellos buscando la forma de escapar de la ciudad tras una semana más de resistencia. El hombre no tiene necesidad de escapar, no ha sido acorralado durante la semana y su única ilusión es encontrar un banco a la sombra para tomarse un respiro mientras el calor da una tregua.
El hombre observa detenidamente a los angustiados individuos y trata de adivinar en qué van a ocupar el tiempo libre que les corresponde por contrato. Cogerán el metro en la boca más cercana y tras el trayecto, en plena hora punta del mes de julio, y con las camisas empapadas de sudor, llegarán a la casa donde sus familias les esperan ansiosas por iniciar la huida. Acaba de empezar la encarnizada lucha por llegar a tiempo hacia el desesperado reposo semanal.
El hombre se acomoda cruzando las piernas de forma serena y enciende un cigarrillo mientras piensa en lo que se podría haber convertido su vida en el caso de que Elisa hubiera aceptado su proposición. Ella no quiso asumir el riesgo de una vida a su lado. Su objetivo era tener un hijo apresuradamente antes de que su edad le negara cualquier posibilidad y contratar una hipoteca a la que dedicar sus esfuerzos durante los 30 próximos años, aunque para ello tuviera que renunciar a su gran amor. Mientras apura su última calada medita sobre su futuro. Estará solo, no le cabe duda. A estas alturas, las conversaciones vacías propias de los flirteos nocturnos ya no le interesan, ni siquiera para llevarse a una cuarentona a la cama de tarde en tarde. De haberse querido engañar, ya tuvo la oportunidad de hacerlo con aquella a la que quiso deseperadamente.
El hombre se levanta y camina hacia la librería. Busca entre las estanterías una novela que cierto día regaló a Elisa y nunca más pudo encontrar. Mala suerte. El librero, testigo de numerosas búsquedas en vano, se acerca al hombre y le ofrece un libro en una bolsa de plástico. Él lo acepta con un gesto de agradecimiento sincero y con un lacónico "gracias" se despide hasta la próxima semana.

viernes, 26 de junio de 2009

Científico

Este mes me ha dado por las palabras mágicas. Aquellas que provocan una avalancha de optimismo o confianza sobre el sustantivo que califican. Este texto se puede incluir dentro de mi obsesión personal por aquellas palabras que han resultado desvirtuadas por un uso chabacano y tendencioso (léase Palabras corrompidas).
Me provoca cierta curiosidad comprobar cómo cuando alguien quiere legitimar cualquier chisme cuya efectividad ofrece dudas razonables empieza su argumentación con "...estudios científicos han comprobado la efectividad del (chisme)...". En ese momento, el crecepelo, alargador de pene o matacucarachas eléctrico de turno resulta santificado ante la sociedad.
Suponiendo que no se trate de uno de los embustes propios de las técnicas publicitarias (es mucho suponer) estamos acostumbrados a pensar que si un estudio científico ha validado la efectividad de un producto ya no es preciso dudar sobre ella. Sin embargo, basta con estudiar la evolución de los avances científicos de cualquier proceso o fenómeno físico, biológico, etc. para localizar estudios científicos completamente erróneos, bien por las hipótesis o postulados iniciales o simplemente por un incorrecto razonamiento entre los postulados y las conclusiones o leyes generales deducidas. Ello no significa que éstos no resulten útiles, ya que los errores de unos orientan los aciertos de otros y en la equivocación reside una parte importante del aprendizaje personal. Únicamente refleja que los estudios científicos son producto de una actividad humana y, por lo tanto, están sujetos a subjetividades, errores de planteamiento, sistemáticos o de generalización.
En mi opinión, la conclusión que hay que extraer acerca de todo esto se resume en la desmitificación de la ciencia. Nuestro análisis crítico ha de estar siempre alerta ante cualquier razonamiento científico, por muy fiable que parezca. En caso contrario, corremos el peligro de ser tan dogmáticos como aquellos que desprecian la utilidad del método científico.

jueves, 18 de junio de 2009

Cambio

Palabra mágica donde las haya. Cada cuatro años se debe producir "el cambio" y todos a aplaudir porque eso presupone que la a situación va a mejorar. Nos encanta cambiar, reformar, remodelar. Lo que hoy es negro, mañana blanco; la mujer a la que perseguimos desesperadamente para conseguir su amor ya no nos atrae tras unos meses de convivencia; el best seller de este momento ya no vale para el año siguiente; el mejor jugador del mundo de ayer a mediodía, mañana será repudiado... Y lo peor es que se admite tácitamente que la actividad de cambiar per se, resulta saludable.
Pero, ¿qué sucede cuando algo funciona bien?¿cómo se pueden realizar planificaciones globales a largo plazo que racionalicen una actividad con un escenario de cambio cíclico?¿es que todos los que han trabajado a lo largo de la historia en un área del conocimiento o en una actividad profesional son unos ineptos? ¿somos nosotros más listos que ellos sólo por tener la voluntad de cambiar lo que han hecho?
Lo que dice la sensatez es que aquello que funciona no debe ser modificado en lo sustancial. Su conservación, adaptándolo a los nuevos ciclos históricos, se debe entender como un beneficio global porque permitirá optimizar los esfuerzos hacia aquello que realmente no ha llegado a conseguir un resultado exitoso. Pequemos por un momento de humildad y sepamos reconocer que el de enfrente, sea nuestro rival o no, ha podido realizar actividades de mérito durante su etapa de actuación y sepamos seleccionar aquello que debe ser preservado, sea quien sea el que haya participado en su desarrollo. Simplemente basta con dejar a un lado el sectarismo y los prejuicios para poner por delante la honestidad, la razón y el sentido común.
Soy consciente que pedir que se imponga esta filosofía en estos tiempos resulta propio de locos o ingenuos pero el subtítulo del blog está bien elegido...

viernes, 12 de junio de 2009

Estremecedor

La repercusión de un adjetivo puede ser la muestra de la evolución de la personalidad. Este hecho lo he venido meditando desde hace algún tiempo ya que me sorprende profundamente que la conciencia y los valores cambien a lo largo de la vida. Siempre he pensado que las personas no cambian, simplemente aprenden. Durante la juventud, donde la sinceridad y la ingenuidad prevalecen sobre los intereses personales, uno se muestra esencialmente como es, pero a medida que envejece, asimila que no le favorece mostrar lo peor de sí y se autoeduca para mostrar su lado más sociable. En los peores y más cínicos individuos, la alienación provocada por este aprendizaje se une a su intrínseca condición para llegar a formar un panorama desolador.
Sin embargo, he comprobado que mi propia escala de valores ha cambiado bastante con los años. Sigo siendo el mismo buenazo (para mis amigos) o cabronazo (para los que no lo son, es decir la gran mayoría) de siempre pero los sentimientos que me sobrecogen ya no son los mismos. En mi juventud me sobrecogía la violencia, la crueldad, en general todo aquello que conllevara una maldad extrema. Todo aquello me impresionaba y alteraba mi ánimo, provocándome cierta curiosidad por ello.
Con el paso del tiempo, la maldad únicamente me provoca un profundo aburrimiento y un desinterés total, quizá por la costumbre de convivir con ella a diario. Sin embargo, una mirada inocente y sincera de un ser genuinamente bondadoso me provoca una convulsión interna que no soy capaz de controlar. Me resulta imposible dominar mis sentimientos cuando sus ojos me preguntan ¿por qué? ante una situación injusta o cuando me está mostrando su cariño sin decir una palabra. Alguno de estos momentos, que tengo guardados en mi memoria, me resultan deliciosamente demoledores y, al mismo tiempo, me provocan un vértigo insuperable.
En algunos, muy pocos, aspectos la edad corre a favor del individuo y al experimentar este tipo de sensaciones uno aprende que merece la pena vivir, aunque sólo sea para que un niño le mire a uno a los ojos.

martes, 2 de junio de 2009

Campaña

Asistimos de nuevo al bochorno electoral. Los candidatos se empeñan en provocar vergüenza ajena con sus actitudes y la parafernalia que rodea a las campañas. Mientras el país se debate en una grave crisis económica se despilfarra dinero de los contribuyentes en fastuosos mítines, banderitas de plástico y multitud de carteles con la clásica media sonrisa de rigor, tan falsa como sus argumentos. Alguien se ocupará de llevar al bebé en el mitin para que el líder le bese en la mejilla entre los flashes de los fotógrafos y las cámaras de televisión. Todo bajo control, los jóvenes en estado de éxtasis cuasi metafísico, aparecen en segundo plano, arremolinados alrededor del ara electoral, mientras el líder gesticula, insulta, eleva el tono y ridiculiza al contrario. La muchedumbre a modo de jauría animal aúlla interumpiendo a su líder, para que éste se sienta repaldado a la hora de continuar con su perorata...
Me niego a aceptar que éstos sean los que han de representarnos. Me parece increíble que personas, que aparentan cierta altura intelectual, puedan verse en la pantalla de televisión protagonizando este tipo de actuaciones y no se ruboricen. En fin, es lo que hay. Quizá sea cuestión de tiempo. Al fin y al cabo la democracia es aún joven y quizá nos falte tradición para conseguir que en las campañas se guarde la compostura y que el sentido común, unidos al estilo y la educación, sean las armas de nuestros políticos de turno. Entre tanto deberemos hacernos fuertes y soportar instantes de vergüenza ajena mientras nos abalanzamos sobre el mando a distancia para cambiar rápidamente de canal.

miércoles, 13 de mayo de 2009

G

Hoy me he dado cuenta de que tras varios meses escribiendo sobre mis manías, obsesiones, pensamientos, la mayor parte de ellos gilipolleces, he dejado un poco de lado a las personas, lo que realmente importa. Y al primero que quiero (necesito) dedicarle unas líneas es a G. Dado que este texto está dedicado a ti, lo escribiré en segunda persona porque quiero engañarme creyendo que me puedes escuchar. Hace 5 años que no nos vemos, pero como puedes ver, no te olvido, compañero. Recuerdo, con añoranza, las charlas hasta las tantas, las borracheras y la complicidad llevada al extremo. Los que te conocemos, sabemos que era difícil superar tu conversación, plagada de inteligentes pensamientos y de todos los recuerdos de nuestra niñez con los que tanto nos reíamos. No es sólo cuestión de tu memoria fotográfica, es cómo lo contabas. Tus amigos de Castellón siempre me lo decían, es más divertido que te lo cuente G a que lo experimentes directamente, eso sólo lo explicaba una cosa: tu talento. Al final no me llegó la Harley que me prometiste con los derechos de autor de tu primer disco, pero sigo escuchando tu maqueta de Diecisiete. Es una parte del legado para tus amigos y hemos de mantenerlo vivo como te habría gustado, escuchándolo.
Hubiéramos pasado buenos ratos contándonos los chismes del cole que he vuelto a revivir con la presencia de mis hijos tras un puñado de años desde que salimos. Es muy gracioso ver a nuestros profes con prominentes calvas y achacosos, cuando nosotros los conocimos en la flor de la vida. Otros ni siquiera están, pero realmente te das cuenta que las cosas siguen como siempre. En fin, esta charla la dejaremos para cuando nos podamos reunir de nuevo (nuevamente me quiero engañar a mí mismo). Eso sí, la primera historia que quiero que me cuentes es la del P. Félix cuando le dijo inocentemente a las niñas del coro que pasaran y se quitaran la ropa...
Bueno, hermano, me dejaste solo, ¡cabronazo! pero cuento contigo, tu recuerdo pervive y yo me encargaré de mantenerlo. A veces, cuando voy al trabajo en el coche, se me dibuja una media sonrisa en los labios y eso te lo debo a ti. Incluso cuando no estás me alegras la existencia. Gracias. Por cierto, Martín Vázquez comenta los partidos de pena, aunque ya sabes que era el mejor de la Quinta del Buitre.

lunes, 11 de mayo de 2009

To be or not to be (a sheep)

Ser un borrego o no serlo, ésa es la cuestión. En general, la natural tendencia del ser humano a socializarse  tiene un precio: su independencia. Pensemos en algunas situaciones bien conocidas: el representante del grupo parlamentario levantando su dedo índice para indicar a sus aborregados compañeros lo que han de votar; el grupo de amigos en el que aquél qué más liga o cuyo riñón destila más alcohol, decide dónde se va esa noche de parranda y el resto de la pandilla le sigue obedientemente; la pregunta retórica del chef del restaurante sobre si la cena ha estado a nuestro gusto; la sonrisa forzada ante un chiste estúpido de un amigo de tu cuñado en una reunión familiar; la incompresión de los amigos motivada por una amistad no aceptada previamente por ellos; o simplemente un linchamiento...
Todas estos escenarios llevan consigo la renuncia a nuestra identidad y la adopción de una postura socialmente correcta para no mandar al resto de ciertos personajes que nos rodean donde se merecen... Esta conducta de constante alienación no permite que el individuo se desarrolle como tal. Más al contrario, alimenta poco a poco la formación de la típica mirada ovina con la que aceptamos nuestro destino con resignación. Las manifestaciones, los actos sociales o deportivos, alimentan la cultura de grupo y muchas veces uno, involucrado en uno de estos eventos, siente verguenza ajena por las actitudes de parte de los integrantes del rebaño del que le ha tocado formar parte. En ese caso, si uno toma la iniciativa de defender su dignidad personal oponiéndose al criterio general, está perdido, porque su grupo le aborrecerá y para los grupos competidores, uno siempre será un rival no deseado.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Facilidades

Ya ha comenzado la campaña publicitaria de la Agencia Tributaria, eufemismo para no pronunciar la demoníaca palabra de Hacienda, en la que se presentan la facilidades que el Estado pone a nuestra disposición para presentar nuestra declaración de IRPF. Conmovedor: un logotipo con vivos colores, una señorita preciosa sentada en una mesa, con una silla vacía enfrente y un moderno micrófono de teleoperadora, esperándonos con su sonrisa angelical para que todas nuestras dudas sean aclaradas sin ningún tipo de colas o esperas innecesarias. 
Antes de ver el anuncio conviene darse un paseo por la calle Maldonado a las 3 de la mañana para comparar estas facilidades con las "facilidades" que se les brinda a los inmigrantes que necesitan tramitar los papeles de residencia o permiso de trabajo. A esa hora una serie de personas se acurruca en la acera haciendo tiempo para obtener número en la cola de extranjería. Al amanecer, casi como en el  cuento de la cenicienta, la señorita angelical se ha transformado en un guardia jurado con una cicatriz en la mejilla y cara de pocos amigos y el sillón de enfrente de la mesa de atención personalizada, en unas vallas metálicas junto a la acera de la calle a modo de pasillo de ganado, para que la fila se mantenga derechita.
La desfachatez del Estado queda disimulada por el escaso interés que merece este tipo de abusos entre la gente decente. Pocos nos escandalizamos por este tipo de situaciones, y la capacidad de influencia del grupo de afectados en los medios de comunicación es mínima. Como mucho, se conseguirá que la cola, actualmente formadas incluso en barrios acomodados, se realice en unas oficinas más discretas, apartadas, donde no produzcan molestias a los vecinos que presencian el espectáculo.

sábado, 2 de mayo de 2009

Infalibilidad

Un hombre se coloca una sotana blanca e instantáneamente se transforma de un ser humano, un animal racional caracterizado por acertar y errar, a un semidios que, según el diccionario "no puede errar". Ese hombre se despierta todos los días sabiendo que no puede errar y se debe convencer a sí mismo para poder creerse semejante falacia. Mientras toma café con tostadas, medita sobre encíclicas y teología y en cada una de las cuestiones que analiza tiene dudas razonables. Su inteligencia y altura intelectual choca con la razón únicamente para mantener absurdos dogmas de la tradición eclesial. Pero eso no es lo más importante. En realidad, tanto él como los fieles que le siguen tienen todo el derecho del mundo de creerse lo que ellos deseen. El problema viene por otro motivo, relacionado con la libertad del resto para opinar, cuestión que a veces a este colectivo le resulta difícil de asumir, y su dependencia financiera del Estado. Este último aspecto implica que, en cierta medida, los contribuyentes estamos financiando campañas publicitarias a favor de consignas que no compartimos y, en esta ocasión, no tenemos la posibilidad de usar nuestro voto para remediarlo. Esto resulta difícil de admitir, y es la principal razón que legitima el derecho de los que no compartimos la doctrina de la iglesia para elevar la voz en contra. Ello no es óbice para reconocer el trabajo abnegado de muchas parroquias a favor de los más desfavorecidos, y el mérito de un gran número de militantes que forman las bases de la iglesia. Esta labor es la que merece esa financiación pero, por desgracia, no existen los mecanismos para conocer el reparto interno de los fondos que el Estado le reserva cada año.

jueves, 30 de abril de 2009

Influenza

Un hombre con mascarilla habla sobre el peligro de la pandemia. Los que le rodean, también armados de las ridículas protecciones, miran atentamente la entrevista del periodista de la televisión. Todos, incluido el periodista, han tomado las debidas protecciones profilácticas para que la infección no les afecte. Todos, incluido el periodista, tienen miedo a la enfermedad, o siendo más precisos, tienen miedo a morir. La mayor parte de ellos profesa una religión que reconoce la resurreción de los muertos y que promete una vida eterna y feliz. Todos ellos saben con certeza que morirán. Todos ellos, salvo los suicidas o los enfermos terminales, saben que no podrán predecir la fecha de su muerte, pero este hecho no les produce el mínimo temor. Morir infectados por un virus, aparentemente sí. Muchos de ellos conocen que la probabilidad de morir de un accidente de tráfico supera con amplitud la probabilidad de morir por ese virus, pero al subir a su coche se quitan la careta y respiran aliviados. Las autoridades sanitarias emprenden campañas para adoptar medidas y tranquilizar a la sociedad. La alarma social no es porque haya surgido una epidemia sino porque, esta vez, la epidemia puede afectar al higiénico y aseado primer mundo aparentemente aislado de todo tipo de peligro. Las epidemias de malaria y tuberculosis en el tercer mundo provocan un tímido gesto de contrariedad y, como mucho, un par de euros en el sobre del Domund. Pero al menos nos queda el respiro de los ingresos extra que seguramente alcanzarán las empresas que comercializan las mascarillas y el tamiflu, que obtendrán pingües beneficios a costa de la estampida social. Nos comportamos como ganado y este hecho se acentúa en los momentos difíciles. La altanería y el gesto orgulloso de los ciudadanos acomodados sobre las butacas de cuero de sus potentes automóviles alemanes se tornan en ojos de cordero degollado cuando un pequeño ser vivo sufre una mutación. Los problemas principales de su existencia dejan de ser las posibilidades de éxito de Fernando Alonso o el campeonato de Liga. Ahora se trata de ser los agraciados en la lotería del virus. Que no nos toque, piensan todos. El virus no es clasista, admite a todos como recipiente y eso, a pesar de todo, es de agradecer. Al menos el microorganismo va a poner a todos a un mismo nivel. Ésto no lo ha podido conseguir ningún ser humano a lo largo de la Historia.

sábado, 11 de abril de 2009

Tertulianos

A medida que pasan los años me he ido convenciendo de la dificultad inherente a la labor de crear o construir cualquier tipo de cosa. Hasta la tarea creativa más sencilla requiere de habilidad, imaginación y una importante dedicación para que su objetivo sea cumplido exitosamente. Muchas veces, la propia necesidad de improvisar una solución sobre la marcha, sin haber tenido una experiencia previa al respecto, nos lleva a interiorizar esa dificultad de la que hablo. Cuando alguien se dedica a crear, también aprende lo sencillo, humano y sano que resulta equivocarse. Este hecho es el medio a través del cual los creadores depuran su técnica para alcanzar la excelencia. Por lo tanto, todos deberíamos reivindicar el derecho a equivocarnos, porque realmente lo necesitamos.
Pero hoy en día la equivocación no está de moda. El que se equivoca debe ser lapidado por ello y el miedo al castigo hace que trate de esconderse cualquier atisbo de error para que no sea detectado por los demás. Resulta paradójico que en el mundo donde la chapuza está generalizada nadie esté dispuesto a reconocer un error en una labor creativa. A veces nos creemos más cerca de lo divino que de lo humano.
En paralelo a este tipo de labores, que se basan en la máxima virtud del ser humano, es decir, en su ansia por aprender, realizar algo donde no hay nada para el provecho individual o social, existen otras, actualmente de gran prestigio profesional, cuyo origen está en el lado negativo y destructor de las personas. Sin embargo, como todos sabemos, destruir es muy sencillo y cualquier mediocre inexperto puede llegar a ser un magnífico demoledor de bienes, ideas y obras. La punta de este gran iceberg, que es capaz de hundir hasta los más imponentes navíos, está formada por los periodistas de opinión o más comúnmente llamados tertulianos.
Deberíamos analizar la razón de su éxito desde un punto de vista global. En líneas generales estamos tratando de una recua, con perdón para las bestias de carga que tanto bien han hecho a la sociedad a lo largo de la historia, de personajes de alto copete, generalmente muy valorados por la sociedad, asiduos de los palcos de alto nivel de los clubes de fútbol, y cuya labor fundamental es analizar lo torpes que son el resto de sus congéneres que en el día a día están tratando de tomar iniciativas para avanzar, con mayor o menor grado de acierto. 
En general nunca han creado nada y cuando les ha tocado intentarlo, se han caido con todo el equipo. Por su gran prestigio y su capacidad de influir en las masas son temidos por todos sus semejantes porque el linchamiento es una una de sus armas estratégicas. Cuando ellos han juzgado y sentenciado, el reo está perdido: su nombre y el de su familia serán pisoteados en la plaza pública sin el más mínimo pudor. Lo mismo da que, pasados los años, las sentencias judiciales les quiten la razón y demuestren que fallan más que una escopeta de feria, ya que lo importante es dejar cadáveres por el camino para que la ciudadanía, como ellos mismos dicen, tenga olor a carne fresca a diario, al más puro estilo del circo romano. Desde sus poltronas y la impunidad que les da estar del otro lado de la alcachofa se despachan a gusto con aquellos que les parece. 
Mi preguntas son ¿y a ellos, quién les controla? ¿dónde está la horma de su zapato? ¿qué manera existe para que de una forma rigurosa se puedan rebatir todas sus mentiras? y, en ese caso, ¿qué responsabilidad se les habría de exigir cuando esas mentiras quedaran demostradas? ¿Cómo se podrían resarcir los injustamente apaleados y linchados de todo el mal que se les ha provocado?

viernes, 20 de marzo de 2009

Hippies con visa oro

El mundo hippie me ha producido una fascinación desde mi más tierna e idealista juventud. Todo lo que rodeaba ese mundo me parecía genuino, exento de falsas apariencias, de egoísmo y, en definitiva, pleno de libertad extrema, mejor o peor entendida. El coqueteo con la muerte, a través del mundo de las drogas y el alcohol, y su delirante burla al capitalismo, elevaba a los protagonistas, desde mi punto de vista, a la categoría de mitos vivientes. El efecto escandalizador de sus orgías y comunas de sexo libre sobre la previsible y abobada sociedad media, la autodenominada con gran orgullo por su parte como gente decente, me resultaba de lo más agradable. Quizá, visto desde mi punto de vista actual, esto  estuviera motivado más por mi desprecio hacia el mundo que me rodeaba que por el conocimiento de los entresijos de este movimiento, que en realidad ignoraba del todo. Pero quizá los mitos lo son precisamente por ese motivo, por su lejanía y por la componente de idealización que uno mismo genera. Lo cierto es que no se imagina uno a sus ídolos en pijama o con rulos nada más levantarse de la cama. En fin, con todas las luces y sombras que rodeaban el asunto, me sentía atraído por su liturgia, costumbres y apariencia, aunque fueran totalmente opuestas a las vividas por mí. Mi opinión es que este movimiento tuvo su momento histórico, surgió a partir de la compleja realidad que les tocó vivir a finales de los 60, y estaba condenado al fracaso. Probablemente si no hubiera fracasado hoy no resultaría tan atrayente para el recuerdo.
Pero el motivo de mi redacción no es rememorar una realidad pasada ni elogiar algo que, a día de hoy, no me atrae en absoluto. Realmente, me he decidido a escribir estos párrafos tras el conocimiento de un nuevo y esperpéntico movimiento hippie de lo más grotesco. El biotipo de este colectivo sería un niñín, con pelito aparentemente descuidado y familia acomodada, que se te presenta con su amplia camisa vaporosa de lino de rayitas, sabiendo todo en la vida y con aires de superioridad sobre todos esos mediocres que visten corbatas y trajes de chaqueta. Luego, cuando indagas más sobre su vida, se destapa con que vive en casa heredada, tiene coche de papi e incluso barco de recreo. Eso sí, él es muy "guay", defensor de los mas desfavorecidos, ecologista y pacifista ¡Qué monada!

domingo, 22 de febrero de 2009

Palabras corrompidas

Me ha interesado desde hace tiempo pensar en aquellas palabras que por diversas razones han perdido paulatinamente legitimidad en su contenido original. Tanto es así que muchas veces uno prefiere descartarlas de su vocabulario para no mezclarse con esta nueva tendencia corruptora. 
Para empezar he seleccionado la palabra "sostenible". Según la RAE se define como "adj. Dicho de un proceso: Que puede mantenerse por sí mismo, como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes". Conceptualmente es un término sencillo, pero su uso está teñido del más hediondo tufo a discurso vacío y políticamente correcto al servicio de la retórica ecologista. Cuántas mentiras y sandeces puede decir uno si en el título de su discurso se incluye este mágico adjetivo.
Sigamos con "sinergia". Se define como " .f. Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales" Esta palabra no está corrompida por un uso inapropiado sino por lo esnobs que habitualmente hacen uso de ella. No es fácil asistir a una reunión con destacados consultores empresariales sin que aparezca esta palabreja asociada a un gesto de altura intelectual por parte del que la utiliza. Aún recuerdo las miradas de incredulidad entre los asistentes a ciertas reuniones cuando escuchábamos las recetas para salvar nuestro ineficaz departamento a base de buscar "sinergias"...
La palabra "lealtad" que si bien se define como: f. Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien es frecuentemente considerada como un cheque en blanco que sirve para comprar silencios, mantener influencias o, simplemente, prevadicar. ¿Cuántas veces hemos presenciado agrias declaraciones entre políticos echándose en cara "deslealtades" por sacar a la luz verdades, cuando estaban pactados leales silencios?
Podemos seguir por "exclusivo": f. Privilegio o derecho en virtud del cual una persona o corporación puede hacer algo prohibido a las demás. El sustantivo calificado por este adjetivo pasa a ser digno de aristócratas, oligarcas y nobles. Así, la publicidad hace un uso desmedido de esta palabra incluso para referirse a bienes tan poco exclusivos como coches de gama intermedia, pisos en barrios medio-burgueses, etc. Sin embargo, los bienes realmente prohibitivos y al alcance de unos pocos casi nunca son calificados como "exclusivos", generalmente porque no es necesario aclararlo: todos sabemos que no los podemos pagar... Pero resulta curioso el morro que conlleva apropiarse de algo que no está al alcance del resto de los mortales.
Continuará...

jueves, 12 de febrero de 2009

Publipunto punto com

No puedo dejar de escribir en el blog sobre esta insigne institución publicitaria que me ha proporcionado algunos de los momentos de radio más grandes de mi vida. Tengo que reconocer que el efecto que producían en mí los anuncios de esta plataforma cuando escuchaba la radio, mientras conducía mi coche de vuelta del trabajo, era revitalizante. El agobio de los objetivos empresariales, la falta de contratación o la presión de los clientes pasaban a un segundo plano cuando Ramiro López empezaba a hablar de sus productos Butterfly Evolution Gold o el Angel's Driver GPS. Todos ellos con rimbombantes nombres anglosajones, como corresponde a la alta tecnología que desarrollan, que nunca estaría a la altura de nombres como El Anti-Ronquidos o el GPS de Ángel, el Conductor...
Los productos de publipunto son de última generación, no como los de la competencia que, literalmente, según Ramiro, "son más viejos que la Chana". Además, muchos de ellos están homologados por la FDA norteamericana, lo que debe querer decir que han pasado los más estrictos controles de calidad y deben tener una tecnología que ya querría la NASA para sus cohetes. La sonrisa al volante se va convirtiendo en carcajada: hay que centrarse en la conducción que me la pego...
Pero lo mejor viene cuando empieza la explicación técnica del producto, con las palabrejas ininteligibles y los estudios de los expertos que avalan la tecnología. ¡Ahí Ramiro se sale! Por ejemplo, analicemos esta perla:
"Butterfly Evolution Gold Line es el electroestimulador perfecto para conseguir el cuerpo que siempre deseo, esta dotado de un sistema único de micro impulsos de ondas orgónicas y bióticas capaces de enviar MAS DE 1.000 ESTÍMULOS MUSCULARES POR MINUTO"
Cuando el oyente escucha que se trata de un "sistema único de micro impulsos de ondas orgónicas y bióticas" o que "el aparato actúa vaciando los adipositos" es cuando por fin se percata de la verdadera razón de la efectividad del chisme y de cómo no se le ha ocurrido antes aplicarse micro impulsos orgónicos hace unos años para eliminar el barrigón cervecero... Llegados a este punto, la conducción se hace extremadamente peligrosa, porque las lágrimas empiezan a nublar la vista y sería recomendable pararse y lanzarse a la primera cuneta disponible para revolcarse y esperar al final del ataque de risa...
Lamentablemente, mi nueva situación personal no me ha permitido escuchar estos anuncios con la frecuencia que uno desearía, pero he descubierto un nuevo producto anunciado en una franja horaria compatible con mis nuevos quehaceres que me ha vuelto a alegrar la existencia: se trata del Snore Stopper. Ahí va la perorata teórico-teorética, como diría un viejo amigo mío:
SNORE STOPPER un dispositivo de alta tecnología que parece un reloj, que se ajusta a la muñeca y mediante un proceso de retrobioalimentación detecta el inicio del ronquido y envía automáticamente un suave impulso electrónico para estimular los nervios de la piel durante 5 segundos hasta que el usuario deja de roncar, devolviendo los músculos laríngeos a su posición normal o altera la posición del sueño.
Es decir, que cuando la/el parienta/e se transforma en una motosierra con motor de dos tiempos de gasolina, el aparato se retrobioalimenta y le pega un pellizco en el brazo que lo deja tieso, devolviendo a sus músculos laríngeos a su posición normal. Aaaaaaaaaaamigoo... ¡Lo que inventa el hombre blanco!
Pero, dejando a un lado la jerga científica y los tecnicismos con que describe Ramiro sus productos, tampoco es moco de pavo la estrategia comercial sobre ofertas y precios. Resulta que los productos se venden "en toda Europa" a un precio 2x pero Publipunto te las ofrece a x porque se trata de las últimas unidades: pues llevan vendiendo las últimas unidades unos cuantos años...
En cualquier caso, Ramiro, los ratos que nos has ofrecido no se pagan con dinero, así que se te perdona todo ¡Viva publipunto punto com!

lunes, 9 de febrero de 2009

El ganado técnico superior

En los últimos tiempos he participado sin enterarme en uno de los delitos más perseguidos en el antiguo Oeste norteamericano: el cuatrerismo. No se trata de cuatrerismo al uso sino de lo que yo he denominado, al no encontrar una palabra que lo pueda definir con exactitud, como cuatrerismo técnico.
Este tipo peculiar de cuatrerismo se produce cuando un ladronzuelo osa "robar" una cabeza de ganado técnico de un rebaño de una gran empresa. El delito en cuestión consiste en proponer a un trabajador de la empresa (res técnica) un cambio de trabajo tras conocer que no se encontraba a gusto en su empleo. Cuando esto llega a los oídos del gran jefe del rancho, la ira le ciega y entonces prepara el árbol del ahorcado para ejecutar al cuatrero. A los gritos de "me has tocado a mi gente" o "te estás llevando a mi ingeniero" despotrica contra el ratero que ha echado el lazo al pobre animalito, que sin capaz de pensar por sí mismo, dado que sólo es un simple ingeniero superior, se deja llevar hacia el matadero de una empresilla de tres al cuarto. Este hecho hace que bajo la foto del cuatrero se escriba la frase de SE BUSCA con una módica recompensa.
El jefe del rancho nunca se plantea por qué la res técnica ha decidido marcharse con el ladrón, incluso cuando los pastos sean menos copiosos y no estén garantizados en el futuro...Y no se lo plantea porque precisamente para él, ese individuo no es más que una res del ganado técnico superior. Jamás ha pensado en tratar a estos animalitos como personas y tratar de ayudarles a superar los problemas que provocan el malestar en su trabajo.
Pero el jefe del rancho sigue ahí, con su rifle bien cargado, por si alguna otra res trata de descarriarse u otro cuatrero se acerca a llevarse sus adocenados animalillos. Algún día comprenderá que la única forma de mantener a su "ganado" es tratarlo como se merece, como personas de altísimo nivel que merecen ser escuchadas y comprendidas. Mientras tanto, que el cuatrero no se ponga a tiro.

sábado, 31 de enero de 2009

Cabezas de turco

Los que teníamos cierta cercanía a los detalles de la planificación hidráulica prevista para sustituir la retrógrada y diabólica política de trasvases del anterior gobierno esperábamos con curiosidad el momento en que estallara la mascarada.
Pero lo más interesante, por encima de conocer las razones oficiales, que serán probablemente falseadas de nuevo, como lo fueron las razones de su planteamiento inicial, era la sentencia del juicio sumarísimo del que saldrían los reos a ejecutar como culpables de no llevar a cabo el maravilloso plan desalador. En esta segunda cuestión los políticos lo tienen muy fácil: los ingenieros. Éstos juegan un valioso papel como marionetas a aporrear en caso de que la cosa se ponga fea. Su enorme delito es tratar de llevar a cabo sus delirios de la forma menos dañina. Además, como buenos y leales muñecos de trapo, permanecen callados, aguantando el tipo mientras dure la pública lapidación.
En el caso de que finalmente se produzca un éxito aislado, se mete a la marioneta en el cajón de madera y el político de turno se hace la foto oficial cortando la banda rojigualda delante de un puñado de periodistas. 
Todo fácil, higiénico y aseado. Los contribuyentes no solemos conocer de forma precisa la enorme cantidad de dinero dilapidada de los fondos del Estado en estas aventuras autonómico-festivas con aliño ecológico (que vende mucho y es fácil de manipular), por lo que no se producirán consecuencias en las urnas, que es lo que realmente preocupa.

viernes, 30 de enero de 2009

Despachitis

Trato de designar con esta palabreja las enrevesadas consecuencias que suele provocar la asignación y organización de despachos en las oficinas de los centros de trabajo. Tener un despacho de determinadas características es una cuestión que puede provocar fieras disputas y encarnizados enfrentamientos entre el personal. 
Como manda la ortodoxia, los jefes disponen de oficina con amplias superficies y mobiliario de diseño. Este caso no suele resultar problemático al no plantearse su disponibilidad por parte de los parias de la organización, los subordinados. El problema viene con  los agravios comparativos provocados por la asignación de despachos entre los segundos niveles de dirección y mandos intermedios. Es ahí donde las envidias y el orgullo se inoculan en la sangre de los agraviados dando lugar a esta contagiosa enfermedad. La antigüedad se añade a este peligoso entorno formando la reacción en cadena que desemboca en la tempestad final: "éste, que es un nivel 24, acaba de llegar y mira, ya tiene despacho para él sólo y ¡al lado de la ventana!, y nosotros que somos un 25 y llevamos aquí desde que se inauguró el edificio estamos en este cuchitril...
La segunda derivada es la posición o el equipamiento del puesto en un mismo despacho: la ventana, la orientación del monitor para que no sea visto por los demás, la dimensión de la mesa, el tamaño de la pantalla, el tipo de ordenador... Todo influye a la hora de mirar al vecino con los ojos inyectados en sangre pensando en la grave injusticia cometida por el director de departamento hacia uno, que "se lo merece más,  pero que no es un pelota como Gutiérrez".
Otra cuestión digna de análisis es el efecto anestésico para esta enfermedad que produce que el despacho esté sin ocupar al no estar asignado a nadie. Esta circunstancia no produce malestar, dado que "aunque uno no puede disfrutar de ese maravilloso despacho con luz y un buen puñado de metros cuadrados, nadie, que se lo merece menos que yo, lo hace", por lo tanto no hay motivo para el conflicto...
Estos aspectos reflejan en gran medida lo que somos, y dejan a la vista las miserias que impulsan nuestras reacciones. Llevando este tipo de análisis a otra escala podemos empezar a atisbar los mecanismos que gobiernan nuestro comportamiento como sociedad.

sábado, 24 de enero de 2009

Los peligros del bienestar

La consecución del estado del bienestar ha sido uno de los objetivos de nuestra sociedad en las últimas décadas. Este avance, que resulta un indudable progreso, ha provocado que la calidad de vida actual esté entre las más altas del mundo.  Lo que cabría esperar es que este progreso social llevara asociado un incremento en la virtud personal de los individuos, dado que se facilitan los medios necesarios para aumentar la formación individual y los grandes principios que se nos han inculcado son valores tan genuinos como la libertad, la igualdad o la solidaridad, entre otros. 
Pero la condición humana es compleja, y lo que debería ser un  escenario perfecto para  el desarrollo integral de las personas, se puede convertir en el caldo de cultivo en el que crecen indolentes, vagos o simplemente imbéciles. 
Si nos fijamos en la Historia, encontramos ciclos donde a épocas de progreso le siguen grandes crisis manifestadas en guerras, conflictos o revoluciones. Mi opinión (es probable que si lee esto un sociólogo piense que uno de los imbéciles de los que estoy hablando sea yo mismo) es que las sociedades necesitan para desarrollarse afrontar dificultades, porque su propia superación hace crecer a las personas que las integran. Cuando uno escucha atentamente las opiniones de personajes de las generaciones que superaron las guerras, los campos de concentración, el exilio, la persecución política, siente que sus valores, sus sentimientos y su dimensión humana están muy por encima de lo que estamos acostumbrados a conocer dentro de nuestra idílica sociedad. Es una sensación parecida a la que uno tiene cuando observa imágenes de un animal salvaje y uno de la misma especie criado en cautividad, con todas sus necesidades vitales aseguradas de forma artificial.
Mi opinión es que el propio bienestar genera un entorno de vida fácil, en donde las necesidades más primarias están aseguradas y el tiempo para el ocio se multiplica desmesuradamente. Ello provoca una preocupación desmedida por lo banal en forma de esclavitud por las modas, los caprichos y el narcisismo. Este es el proceso de idiotización masiva que poco a poco degrada a la sociedad. Cuando esta degradación llegue a un estado suficientemente profundo comenzará la curva descendente del ciclo que provocará la crisis histórica que corresponde a nuestra era. El tiempo dirá.

viernes, 23 de enero de 2009

Un perdedor satisfecho

El día que tomé la decisión de pasarme al bando de los perdedores alcancé la libertad. Es este, la libertad, un bien que uno ha de entresacar bajo la superficie como se extrae un diamante de un yacimiento o una trufa del subsuelo del bosque. La superficie, en este caso, se compone esencialmente de clichés que la propia sociedad se ha dado a sí misma para esclavizarse: fundamentalmente el lujo y la posición social. Estas dos empalagosas golosinas son sutilmente utilizadas por el sistema para alimentar a los ganadores, también conocidos como triunfadores. 
El día que decidí perder, mis hijos me lo agradecieron. No me lo dijeron, pero lo pude sentir en poco tiempo. El hecho de tener la oportunidad de permitirse uno mismo tomar una decisión así lo considero el mayor de los privilegios. Ojalá todo el mundo tuviera la posibilidad de hacerlo.
Gracias a todos los que me enseñasteis a ver más allá de lo superfluo para llegar a ser un perdedor convencido.