viernes, 12 de junio de 2009

Estremecedor

La repercusión de un adjetivo puede ser la muestra de la evolución de la personalidad. Este hecho lo he venido meditando desde hace algún tiempo ya que me sorprende profundamente que la conciencia y los valores cambien a lo largo de la vida. Siempre he pensado que las personas no cambian, simplemente aprenden. Durante la juventud, donde la sinceridad y la ingenuidad prevalecen sobre los intereses personales, uno se muestra esencialmente como es, pero a medida que envejece, asimila que no le favorece mostrar lo peor de sí y se autoeduca para mostrar su lado más sociable. En los peores y más cínicos individuos, la alienación provocada por este aprendizaje se une a su intrínseca condición para llegar a formar un panorama desolador.
Sin embargo, he comprobado que mi propia escala de valores ha cambiado bastante con los años. Sigo siendo el mismo buenazo (para mis amigos) o cabronazo (para los que no lo son, es decir la gran mayoría) de siempre pero los sentimientos que me sobrecogen ya no son los mismos. En mi juventud me sobrecogía la violencia, la crueldad, en general todo aquello que conllevara una maldad extrema. Todo aquello me impresionaba y alteraba mi ánimo, provocándome cierta curiosidad por ello.
Con el paso del tiempo, la maldad únicamente me provoca un profundo aburrimiento y un desinterés total, quizá por la costumbre de convivir con ella a diario. Sin embargo, una mirada inocente y sincera de un ser genuinamente bondadoso me provoca una convulsión interna que no soy capaz de controlar. Me resulta imposible dominar mis sentimientos cuando sus ojos me preguntan ¿por qué? ante una situación injusta o cuando me está mostrando su cariño sin decir una palabra. Alguno de estos momentos, que tengo guardados en mi memoria, me resultan deliciosamente demoledores y, al mismo tiempo, me provocan un vértigo insuperable.
En algunos, muy pocos, aspectos la edad corre a favor del individuo y al experimentar este tipo de sensaciones uno aprende que merece la pena vivir, aunque sólo sea para que un niño le mire a uno a los ojos.

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