miércoles, 5 de agosto de 2009

93-09

Nunca encontraba el momento de decírselo. No sabía cómo hacerlo. Lo deseaba desde lo más profundo de su ser, pero le resultaba imposible. Muchas veces, en momentos de soledad y sobre todo, en sus frecuentes viajes, cuando les separaba una gran distancia, se le saltaban las lágrimas pensando en ella y en la frustración que supondría para ella vivir el resto de su vida con un hombre incapaz de transmitirle calor, cercanía, en definitiva, su amor. Por las noches, mientras ella dormía, se podía permitir el placer de observarla detenidamente, dejando que sus ojos expresaran todo aquello que no podían cuando la miraba durante el resto del día.
No estaba seguro realmente si el hecho de no mostrar lo que sentía hacia ella durante tanto tiempo había afectado al sentimiento que siempre había demostrado hacia él. Era algo que resultaba verosímil, pero sus sensaciones le decían que nunca dejó de estar enamorada, ni en lo momentos más difíciles, cuando su carácter hosco le hacía prácticamente intratable. Eso le inspiraba confianza: nunca la perdería.
Él achacaba esta falta de contacto a su propio carácter y al hecho de que las relaciones humanas estaban fuertemente influenciadas, para mal, por el sentimiento de seguridad y la costumbre. Según él, ello provoca que con frecuencia se acabase pensando, erróneamente, que, pasara lo que pasara, nada iba a cambiar, todo seguiría igual, como siempre, independientemente de lo que uno hiciera o dejara de hacer. A pesar de todo, sabía que él no iba a cambiar, básicamente porque no sabía ser de otra forma, pero trataría de buscar algún medio para que ella supiera (más bien sintiera, porque ella ya lo sabía) lo mucho que la quería. No sería difícil.

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