domingo, 20 de febrero de 2011

Prohibido

El matrimonio entre prohibir y legislar vive su edad dorada. Es un hecho tragicómico que desde que vivimos en la, así llamada por los políticos, "libertad", no nos hemos dedicado más que a prohibir: prohibido fumar (lo que no se ha prohibido es recaudar con los impuestos que gravan el tabaco), prohibido beber alcohol al aire libre, prohibido pasear a los perros desatados, prohibido aparcar enfrente de tu casa, prohibido pasar sin acreditación, prohibido comer en bañador en el chiringuito de playa, prohibido trabajar sin saber el idioma propio de la comunidad autónoma de turno, prohibido mostrar símbolos no constitucionales, prohibido cuestionar la democracia, prohibido organizar corridas de toros, prohibido cuestionar la monarquía (al mismo tiempo que se prohíbe cuestionar la desigualdad de los derechos entre los españoles) o la constitución, prohibido vender bollos en los colegios,... 
Legislar es la labor del legislador y si, en el actual marco reglamentario tal o cual actividad ya está legislada, aunque sea de forma correcta, ha de cambiarse para justificar la razón de ser de aquél (y su sueldo, como no podía ser menos). Este escenario lleva a situaciones grotescas, ya que el político de turno ha de superar su aburrimiento pergeñando nuevas prohibiciones. Esto es especialmente crítico en ministerios cosméticos, como igualdad y vivienda, o aquellos que se perpetúan sin necesidad, vacíos de contenido, por el traspaso de sus competencias a las comunidades autónomas. Pero ante estas dificultades el secretario de estado o director de área se viene arriba y acaba encontrando nuevos escenarios donde legislar y, por supuesto, donde imponer prohibiciones. Análogamente a lo que siente el pintor al ver su cuadro, o el arquitecto al inaugurar su edificio, el legislador goza con la nueva prohibición. - ¡Esto lo he prohibido yo! - piensa, mientras ve fumar en la calle a los sufridos contribuyentes que le pagan su sueldo, o mientras sus agentes velan celosamente por el control de sus recién estrenadas prohibiciones. Una vez que el engolado sujeto, asignado a dedo a un alto cargo como premio a su larga militancia en el partido, ve plasmadas en el BOE sus originales extravagancias, se llena de satisfacción al comprobar cómo traspasan el mundo de lo caricaturesco, de lo risible, rumbo al pomposo mundo de lo legal.

domingo, 13 de febrero de 2011

Excelencia compulsiva

El nuevo tópico político que se viene escuchando en los últimos tiempos es el del fomento de la excelencia. Los objetivos para los próximos años es dotar a los grupos de excelencia de medios para facilitar sus indudables posibilidades y liberar sus ataduras para dar rienda suelta a su talento. Estos grupos, minoritarios y hasta hace bien poco abandonados a su destino, en la mayor parte de los casos han conseguido salir adelante por sí mismos, remando contra corriente y superando graves dificultades estructurales.
La otra cara de la moneda es el mundo de los mortales, la clase media del conocimiento, la base de nuestra sociedad. Aquellos que han pasado por un sistema educativo generalista y que, con distinta suerte, han ido superando a duras penas las distintas fases de su formación o, en el peor de los casos, han ido quedando en el camino.
A estos últimos, el sistema les ha dado el mismo trato que a los primeros espadas, es decir, una patada en el culo, pero a diferencia de la élite intelectual, les ha sido más difícil progresar en su formación y, en definitiva, buscar una salida profesional eficaz. Este gran grupo que forma la clase media de la sociedad del conocimiento es la generación que forjará nuestro futuro. Los políticos seguirán haciéndose la foto con la élite y predicarán de forma farisea su apología de la excelencia sin considerar que donde está la clave del éxito es en la mejora de la educación básica y en la formación de una amplia comunidad de estudiantes de alto nivel, donde los outsiders y renegados tengan un papel complementario al conjunto.

jueves, 10 de febrero de 2011

El pastel del cumpleaños

Se acerca el día y me empiezo a sentir inquieto, como cada año. Muchos parecéis no comprender que me resulta indiferente superar un nuevo año. Ni me molesta ni me satisface llegar a la dichosa fecha, simplemente me resulta completamente intrascendente. Creo pensar que si me dejarais tranquilo, hasta me resultaría entrañable compartir la ilusión que mis hijos me transmiten al pensar que me alegro como ellos lo hacen, engañados por la llegada de la segura andanada de regalos familiares. Pero no será así: mis parientes cercanos, y los menos cercanos, me aniquilaréis con absurdas llamadas para demostrarme que no me olvidáis. A ninguno de vosotros os echaré en cara jamás que hayáis olvidado esa fatídica fecha, os lo aseguro. Nadie de vosotros leerá este texto, por lo que este llamamiento será estéril, pero al menos permite que me pueda desahogar clamando en el desierto... y, lo más importante, sin herir a nadie.