domingo, 13 de diciembre de 2015

Europeísmo

Plano, inocuo, imperecedero, una vez más, pensaba. No sabía reaccionar ante la evidencia de que era un día más, una nueva jornada de vacío, de mediocridad, protagonizada por su propio desencanto. Ya no le bastaba con engañarse con la excusa fácil: la gente, los demás, los otros, lo de fuera. Todo ello no era peor que su propia existencia, tal para cual. Todos los cobardes se conocen bien a sí mismos, se decía mientras miraba a su alrededor. Y él no era la excepción. Dubitativo, aceptaba el propio destino, su devenir, como uno más. El conformismo, el mal propio de la mezquindad y de las sociedades avanzadas, era el alimento que lo mantenía vivo, si a ese estado vegetativo se lo puede considerar digno de llamarse vida. La enfermedad, la pandemia de la indiferencia y el egoísmo, aún se encontraba en fase de incubación en nuestra cívica sociedad occidental. Pero eso no duraría siempre, pensaba. Llegaría el día en que los gérmenes acumulados durante tantas décadas atacarían a sus defensas, aniquilándolas. Un efecto purificador, necesario, aun cuando el número de bajas y el dolor producido fueran incalculables. Solo rezaba piadosa y cobardemente para que sus hijos no llegaran a vivirlo.