lunes, 26 de julio de 2010

A-Z

Nada le importaba demasiado. Le costaba enfadarse, alegrarse, perder los estribos. Su ilusión permanecía intacta, pero de forma velada, sin dejar entrever el entusiasmo que le suscitaba su orbe. A su juicio, las cosas importaban poco gracias a su valor real, no porque quisiera despreciarlas deliberadamente. Eso le tranquilizaba: pocas cosas iban a ensombrecer las luces encendidas que formaban su pequeño universo. Éste lo formaban el grupo de todas aquellas personas, ideas, realidades que le conmovían. Nada de todo aquello que le resultaba accesorio y que, por otra parte, era la mayor parte del mundo exterior, casi todo lo que le rodeaba, le podía distraer. Por el contrario, subordinar su existencia a ese pequeño cosmos hacía que su vida pendiera de un hilo demasiado fino. Cualquier violento cambio en aquél, podría desembocar en un colapso absoluto, su devastación. - Eso es la vida, ni más ni menos, pensaba mientras sentía el vértigo del peligro cierto.
En cierto modo, no experimentar ese vértigo era peor que morir, porque significaba no asignar valor a perder su pequeño tesoro o, lo que es peor aún, no tenerlo.
El anonimato era su fiel aliado. El compañero de trayecto ideal para aquel cuyo único objetivo era desdeñar la periferia, lo insustancial. Él odiaba el adorno de forma compulsiva, lo consideraba el culpable de distraer la atención hacia lo frívolo y estúpido. Tanto era así, que soñaba en ocasiones con un mar de ceniceros de cristal, figuritas de porcelana, jarroncitos de cerámica y demás inmundicias siendo arrojado a una gran trituradora como paso previo a su definitiva incineración.
El equilibrio, la armonía, la estructura de su mundo se cimentaba en grandes pilares. Desnudos, robustos en apariencia, si bien muy frágiles en la realidad, ya que pertencían al mundo de los vivos. Sobre ellos descansaba él, con un sueño placentero, hipnotizado por todo aquello que le mantenía a flote.

martes, 13 de julio de 2010

¿?

¿Por qué hemos de asumir que todos somos iguales?
¿Por qué se puede estar orgulloso de haber nacido en una parte del mundo, cuando únicamente se debe al azar?
¿Por qué el hecho de haber nacido en unas cordenadas te condenan de por vida a tenerlo todo o, por el contrario, a no tener nada?
¿Por qué aquellos que se resisten a conformarse con esto son denominados inmigrantes ilegales o terroristas?
¿Por qué se mantienen relaciones fraternales con paises que permiten la tortura y menoscaban los derechos humanos únicamente por intereses económicos?
¿Por qué los ultracivilizados paises europeos venden armas?
¿Por qué los creyentes se deprimen ante la llegada de su salvación eterna?
¿Por qué existen curas en el ejército? ¿y por qué pueden llegar a tener jerarquía (y sueldos) de oficiales?
¿Por qué la simbología y los iconos de la iglesia se construyen de oro y piedras preciosas?
¿Por qué las reporteras de la televisión están tan buenas? ¿será quizá por su mayor preparación frente a las gordas, barbudas o gafotas?
¿Por qué los mejores libros se basan en tragedias y dramas humanos?
¿Por qué los mejores escritores y pensadores son mayoritariamente pesimistas y reniegan de su entorno?
¿Por qué los mismos que fomentan la competitividad entre los miembros de la sociedad predican la generosidad y la filantropía?
¿Por qué hay que ser demócrata?
¿Por qué la igualdad de derechos coexiste con la monarquía?
¿Quién garantiza que el hijo de un rey no sea un imbécil o un sanguinario?
¿Por qué hemos de inclinarnos ante Doña Letizia tras su boda con Don Felipe?
¿Por qué los familiares políticos de los monarcas acceden a puestos de consejero delegado de grandes compañías al día siguiente de la boda?
¿Por qué nos cuesta tan poco limpiar las inmundicias a nuestros hijos y tanto a nuestros ancianos padres?
¿Por qué las jóvenes modelos se casan con ricos septuagenarios?
¿Por qué los mayores defensores de la iglesia son las clases altas de la sociedad? ¿será quizá como pago por predicar la mansedumbre y el conformismo?

jueves, 1 de julio de 2010

El guardamuebles

La visita a un asilo, especialmente cuando ésta se realiza como espectador, debería realizarse en algún momento de nuestra vida. Conocer la invariable rutina del día a día, observar las caras de sus habitantes, oler el hedor de sus salas, escuchar los murmullos y los insensatos gritos que súbitamente alteran su silencio, resultan experiencias sobrecogedoras. Por la mañana se dasayuna temprano. Después se pasa a la sala de estar, a la espera de la hora de comer. Tras la comida, a la sala de estar, a la espera de la merienda y, tras la merienda, la espera hasta la noche, en que los vejestorios se desplazan a sus habitaciones a dormir hasta la mañana siguiente. En definitiva, una vida a la espera de que llegue la muerte, que es la única vía de terminar con esa tortura humana.
La vida y la importancia del individuo están íntimamente relacionadas y, pese a lo que predican las consignas oficiales, la vida de los viejos no vale nada. Y esto es así no por una ausencia de su valor intrínseco sino por las denigrantes condiciones en las que se desenvuelve y la falta de dignidad que la rodea. Si esta valoración se realiza desde el punto de vista económico, el planteamiento resulta opuesto, ya que resulta sorprendente lo que las familias están dispuestas a desembolsar para desembarazarse de la molestia que ocasiona un viejo. Por lo tanto, el valor de su vida lo podemos medir de una forma sencilla relacionando los ingresos familiares y los costes del guardamuebles.
Básicamente, la situación es que los viejos nos molestan, pero no tanto para que deseemos su muerte o que seamos capaces de facilitársela. Aceptamos que sufran la soledad y la falta de dignidad de su nueva situación penitenciaria pero no les permitiremos jamás que acaben con su vida. Así, nos quedamos todos mucho más tranquilos sobre nuestra conducta, ya que estamos dispuestos a desembolsar lo que sea necesario para resolver la papeleta, a cambio de una embarazosa visita trimestral para comentar con él o ella lo contento que debe estar por estar tan bien tratado por los serviciales asistentes sociales, y todo ello sin que se nos caiga la cara de vergüenza. Enhorabuena a todos.

Incorrección

Reinvindico el rencor. Me niego a aceptar su desprestigio. No sólo es un sentimiento humano sino que además es una defensa natural que resulta útil y necesaria. La tradición judeo cristiana nos alecciona en su contra. Nos inculca la cultura de la mansedumbre y el perdón. Establece que las personas rencorosas sufren por este motivo. Esta argumentación resulta falsa y del todo hipócrita. Conozco los sentimientos de muchos de los que predican la reconciliación y el perdón y, por sus actos, es fácilmente comprobable que no actúan en consecuencia.
La clave, en mi opinión, está en la templanza y mesura a la hora de enjuiciar el comportamiento de los demás. La realidad es que, simplemente, en la mayor parte de los casos, no existe justificación para tener rencor a nadie. Basta con tener la suficiente humildad para reconocer que las personas nos equivocamos en nuestros actos y eso puede tener consecuencias para los que nos rodean. Ello, una vez asumido, ni resulta extraño ni puede ser objeto de reacción por nuestra parte. Pero, dejando a un lado este tipo de cuestiones, existen conductas abyectas, detestables per se por su origen y voluntariedad, que no pueden ni deben ser perdonadas. No nos pueden convencer de que lo que sentimos de forma natural como respuesta a determinados actos injustificables venga de la maldad innata de nosotros mismos, en la medida de que somos seres humanos que han cometido esa entelequia indescifrable que se llama pecado original (o algo así) y por la que tenemos el alma manchada ya desde bebés. Sólo faltaría eso.