VIP, acrónimo de very important people. Tener derecho a acceder a la zona VIP establece la diferencia entre aquellos que son importantes y los demás. Este tipo de discriminación no solo está admitida sino que constituye en sí misma una selección entre los mejores y el resto. Si la discriminación fuera racial o por sexo se produciría un revuelo entre los inquisidores de lo políticamente correcto que sería objeto de portadas en los periódicos y de un más que seguro rechazo social. Pero si la diferencia entre unos y otros reside en el dinero, la popularidad y el de la cuna familiar, el problema no es tal.
La vida de un personaje VIP es objeto de culto. Su casa, su estilo de vida, su forma de vestir, sus aficiones, derroches y excentricidades se convierten en bienes de consumo que son presenciados con admiración por los que somos menos importantes. Muchas veces, las idílicas imágenes de sus posados en lujosas mansiones y sus estudiados gestos de aplomo y saber estar, transmiten una sensación al espectador que afianza su privilegiada posición. La caída del mito se produce cuando han de expresar cualquier tipo de opinión sin un guión preestablecido. En ese momento los demás comprobamos que los importantes balbucean frases hechas a trompicones y adolecen de una conversación vacía de contenido: ¡casi como los menos importantes!
Los entendidos dicen que las grandes revoluciones producidas en África tras la descolonización surgieron a partir de que los negros comprobaron, en la lucha compartida en el campo de batalla, que el superhombre blanco era tan vulnerable a las balas y a las bayonetas como ellos. En ese momento, el mito se esfumó y se sintieron con la autoridad moral necesaria para desatar las ligaduras que les habían mantenido esclavizados durante siglos.
En nuestro caso, el mito (de los VIP) no desaparece porque lo necesitamos. Nos obsesiona crear individuos a los que admirar. La razón para que lo sean es lo de menos. Idolatrando a la comunidad VIP mantenemos las anteojeras que los menos importantes (bestias de carga) necesitamos para continuar con nuestra penosa y monótona tarea diaria. Con un poco de suerte nos puede llegar a tocar la lotería, tener éxito en el cásting de OT o GH y acceder al selecto y frívolo club mantenido por la industria periodística. Además si creamos mitos con cierta frecuencia nos podemos permitir el morboso lujo de presenciar algún que otro linchamiento de alguno de ellos, también aprovechado por la industria de la prensa, como no podía ser menos.