lunes, 27 de julio de 2009

Importantes

VIP, acrónimo de very important people. Tener derecho a acceder a la zona VIP establece la diferencia entre aquellos que son importantes y los demás. Este tipo de discriminación no solo está admitida sino que constituye en sí misma una selección entre los mejores y el resto. Si la discriminación fuera racial o por sexo se produciría un revuelo entre los inquisidores de lo políticamente correcto que sería objeto de portadas en los periódicos y de un más que seguro rechazo social. Pero si la diferencia entre unos y otros reside en el dinero, la popularidad y el de la cuna familiar, el problema no es tal.
La vida de un personaje VIP es objeto de culto. Su casa, su estilo de vida, su forma de vestir, sus aficiones, derroches y excentricidades se convierten en bienes de consumo que son presenciados con admiración por los que somos menos importantes. Muchas veces, las idílicas imágenes de sus posados en lujosas mansiones y sus estudiados gestos de aplomo y saber estar, transmiten una sensación al espectador que afianza su privilegiada posición. La caída del mito se produce cuando han de expresar cualquier tipo de opinión sin un guión preestablecido. En ese momento los demás comprobamos que los importantes balbucean frases hechas a trompicones y adolecen de una conversación vacía de contenido: ¡casi como los menos importantes!
Los entendidos dicen que las grandes revoluciones producidas en África tras la descolonización surgieron a partir de que los negros comprobaron, en la lucha compartida en el campo de batalla, que el superhombre blanco era tan vulnerable a las balas y a las bayonetas como ellos. En ese momento, el mito se esfumó y se sintieron con la autoridad moral necesaria para desatar las ligaduras que les habían mantenido esclavizados durante siglos.
En nuestro caso, el mito (de los VIP) no desaparece porque lo necesitamos. Nos obsesiona crear individuos a los que admirar. La razón para que lo sean es lo de menos. Idolatrando a la comunidad VIP mantenemos las anteojeras que los menos importantes (bestias de carga) necesitamos para continuar con nuestra penosa y monótona tarea diaria. Con un poco de suerte nos puede llegar a tocar la lotería, tener éxito en el cásting de OT o GH y acceder al selecto y frívolo club mantenido por la industria periodística. Además si creamos mitos con cierta frecuencia nos podemos permitir el morboso lujo de presenciar algún que otro linchamiento de alguno de ellos, también aprovechado por la industria de la prensa, como no podía ser menos.

jueves, 23 de julio de 2009

Alternativo

Se bajó de la caravana y respiró hondo. Su aspecto denotaba cansancio. Vestía pantalones largos de lona, como los que suelen utilizar los montañeros en sus escaladas veraniegas y una camiseta negra de manga corta de algodón con un único símbolo en el pecho, aparentemente una palabra escrita en alfabeto tailandés, en color blanco. Notaba de nuevo en su piel la humedad del clima que había echado en falta estos últimos días y se sentía reconfortado por ello: se encontraba de nuevo en su patria.
Decidió tomar asiento en las escaleras de la furgoneta para atarse el cordón de su zapatilla de senderismo y en su cabeza daba vueltas a lo que había venido meditando mientras conducía de vuelta a casa. Le repugnaban los hombres con los que había tratado durante ese día en la capital. Eran jóvenes, incapaces de tener aún suficiente bagaje para haberse hecho merecedores del carísimo traje que lucían ante él. En su opinión, no se trataba sino de un disfraz que ocultaba la mediocridad en su interior. A él no le hacía falta todo aquello porque ya había demostrado sus virtudes de forma sobrada. Mientras pensaba en ello se mesaba los cabellos, rematados con una pequeña coleta que le daba su preconcebido aspecto alternativo que tanto le satisfacía.
Pero al fin y al cabo ya estaba de vuelta en casa y podía citarse con los colegas para contarles sus penas. Se despacharía a gusto junto a ellos sobre la cuadrilla de retrógrados que se había visto obligado a soportar para solicitar los fondos para NaturGEA, la ONG que había fundado junto a unos cuantos compañeros de la antigua delegación de alumnos. Era parte de su deber como máximo responsable tener que mezclarse con semejante calaña y tragarse su odio visceral hacia ellos. Merecía la pena, - pensaba él, - les sacaremos varios miles de euros para salvar la Margaritífera. Mientras se le comenzaba a dibujar una sonrisa en los labios por la buena labor desempeñada, se miraba en el espejo retrovisor para revisar la minuciosa tarea realizada en sus patillas durante el aseo matutino. Ciertamente, estaban perfectas.

miércoles, 15 de julio de 2009

De barrio (de toda la vida)

Ha quedado con P en la panadería para dar una vuelta antes de comer. Seguro que ya se ha enfundado su camiseta de Hilfiger y lleva las zapatillas blancas con el símbolo de Nike azul claro. Qué faena, él solo dispone como fondo de armario de unas zapatillas Paredes y unos Lois. Al menos la camiseta pasa el filtro de la mirada de sus colegas del barrio de toda la vida. Avergonzado por la facha, sale de su casa, casi pidiendo disculpas por lo ridículo de su atuendo.
La panadería es el centro neurálgico donde se concentran los jóvenes colegiales del barrio. Es ahí donde uno ha de atraer la atención de las jóvenes estudiantes del colegio de monjas. Se trata del colegio donde acuden las hijas de las parejas del barrio de toda la vida. Al llegar a la puerta, P le saluda y entran a pedirse una palmera de chocolate y un bote de coca-cola, inmejorable caldo de cultivo de un acné que se precie. Contentos con su botín se acomodan en el escalón junto al escaparate. P le pregunta si va a acudir a la protesta vecinal por el nuevo complejo de viviendas de protección social que se están construyendo en pleno corazón del barrio. Él niega con la cabeza. ¿Por qué habría de protestar por ello? No acaba de comprenderlo.
P le explica con animosidad que su padre le ha dicho que los nuevos vecinos traerán delincuencia y droga a un barrio decente. - Además, los nuevos habitantes no son del barrio de toda la vida (piensa él irónicamente). Mientras paladea la deliciosa palmera de chocolate se pregunta: pero, ¿cuántos años tiene el barrio? Mis padres siempre me han dicho que cuando se mudaron a vivir aquí tras mi nacimiento no había más que campo y algún pastor con sus ovejas... entonces, cuando P me habla de los del barrio de toda la vida ¿se referirá a las pacíficas ovejas merinas o a sus esforzados guardianes? Por la mirada de los que me rodean, yo diría que lo primero - piensa mientras les echa un vistazo de arriba abajo con sus ojos curiosos.

domingo, 12 de julio de 2009

Un libro

Un hombre camina por la calle. Mantiene un paso cansino y no parece tener prisa por llegar a su destino, en caso de que lo tuviera. Su mirada perdida denota una sensación de indiferencia respecto a todo lo que le rodea. Los viandantes que se cruzan a su paso, caminan apresurados y sudorosos, la mayor parte de ellos buscando la forma de escapar de la ciudad tras una semana más de resistencia. El hombre no tiene necesidad de escapar, no ha sido acorralado durante la semana y su única ilusión es encontrar un banco a la sombra para tomarse un respiro mientras el calor da una tregua.
El hombre observa detenidamente a los angustiados individuos y trata de adivinar en qué van a ocupar el tiempo libre que les corresponde por contrato. Cogerán el metro en la boca más cercana y tras el trayecto, en plena hora punta del mes de julio, y con las camisas empapadas de sudor, llegarán a la casa donde sus familias les esperan ansiosas por iniciar la huida. Acaba de empezar la encarnizada lucha por llegar a tiempo hacia el desesperado reposo semanal.
El hombre se acomoda cruzando las piernas de forma serena y enciende un cigarrillo mientras piensa en lo que se podría haber convertido su vida en el caso de que Elisa hubiera aceptado su proposición. Ella no quiso asumir el riesgo de una vida a su lado. Su objetivo era tener un hijo apresuradamente antes de que su edad le negara cualquier posibilidad y contratar una hipoteca a la que dedicar sus esfuerzos durante los 30 próximos años, aunque para ello tuviera que renunciar a su gran amor. Mientras apura su última calada medita sobre su futuro. Estará solo, no le cabe duda. A estas alturas, las conversaciones vacías propias de los flirteos nocturnos ya no le interesan, ni siquiera para llevarse a una cuarentona a la cama de tarde en tarde. De haberse querido engañar, ya tuvo la oportunidad de hacerlo con aquella a la que quiso deseperadamente.
El hombre se levanta y camina hacia la librería. Busca entre las estanterías una novela que cierto día regaló a Elisa y nunca más pudo encontrar. Mala suerte. El librero, testigo de numerosas búsquedas en vano, se acerca al hombre y le ofrece un libro en una bolsa de plástico. Él lo acepta con un gesto de agradecimiento sincero y con un lacónico "gracias" se despide hasta la próxima semana.