miércoles, 13 de mayo de 2009

G

Hoy me he dado cuenta de que tras varios meses escribiendo sobre mis manías, obsesiones, pensamientos, la mayor parte de ellos gilipolleces, he dejado un poco de lado a las personas, lo que realmente importa. Y al primero que quiero (necesito) dedicarle unas líneas es a G. Dado que este texto está dedicado a ti, lo escribiré en segunda persona porque quiero engañarme creyendo que me puedes escuchar. Hace 5 años que no nos vemos, pero como puedes ver, no te olvido, compañero. Recuerdo, con añoranza, las charlas hasta las tantas, las borracheras y la complicidad llevada al extremo. Los que te conocemos, sabemos que era difícil superar tu conversación, plagada de inteligentes pensamientos y de todos los recuerdos de nuestra niñez con los que tanto nos reíamos. No es sólo cuestión de tu memoria fotográfica, es cómo lo contabas. Tus amigos de Castellón siempre me lo decían, es más divertido que te lo cuente G a que lo experimentes directamente, eso sólo lo explicaba una cosa: tu talento. Al final no me llegó la Harley que me prometiste con los derechos de autor de tu primer disco, pero sigo escuchando tu maqueta de Diecisiete. Es una parte del legado para tus amigos y hemos de mantenerlo vivo como te habría gustado, escuchándolo.
Hubiéramos pasado buenos ratos contándonos los chismes del cole que he vuelto a revivir con la presencia de mis hijos tras un puñado de años desde que salimos. Es muy gracioso ver a nuestros profes con prominentes calvas y achacosos, cuando nosotros los conocimos en la flor de la vida. Otros ni siquiera están, pero realmente te das cuenta que las cosas siguen como siempre. En fin, esta charla la dejaremos para cuando nos podamos reunir de nuevo (nuevamente me quiero engañar a mí mismo). Eso sí, la primera historia que quiero que me cuentes es la del P. Félix cuando le dijo inocentemente a las niñas del coro que pasaran y se quitaran la ropa...
Bueno, hermano, me dejaste solo, ¡cabronazo! pero cuento contigo, tu recuerdo pervive y yo me encargaré de mantenerlo. A veces, cuando voy al trabajo en el coche, se me dibuja una media sonrisa en los labios y eso te lo debo a ti. Incluso cuando no estás me alegras la existencia. Gracias. Por cierto, Martín Vázquez comenta los partidos de pena, aunque ya sabes que era el mejor de la Quinta del Buitre.

lunes, 11 de mayo de 2009

To be or not to be (a sheep)

Ser un borrego o no serlo, ésa es la cuestión. En general, la natural tendencia del ser humano a socializarse  tiene un precio: su independencia. Pensemos en algunas situaciones bien conocidas: el representante del grupo parlamentario levantando su dedo índice para indicar a sus aborregados compañeros lo que han de votar; el grupo de amigos en el que aquél qué más liga o cuyo riñón destila más alcohol, decide dónde se va esa noche de parranda y el resto de la pandilla le sigue obedientemente; la pregunta retórica del chef del restaurante sobre si la cena ha estado a nuestro gusto; la sonrisa forzada ante un chiste estúpido de un amigo de tu cuñado en una reunión familiar; la incompresión de los amigos motivada por una amistad no aceptada previamente por ellos; o simplemente un linchamiento...
Todas estos escenarios llevan consigo la renuncia a nuestra identidad y la adopción de una postura socialmente correcta para no mandar al resto de ciertos personajes que nos rodean donde se merecen... Esta conducta de constante alienación no permite que el individuo se desarrolle como tal. Más al contrario, alimenta poco a poco la formación de la típica mirada ovina con la que aceptamos nuestro destino con resignación. Las manifestaciones, los actos sociales o deportivos, alimentan la cultura de grupo y muchas veces uno, involucrado en uno de estos eventos, siente verguenza ajena por las actitudes de parte de los integrantes del rebaño del que le ha tocado formar parte. En ese caso, si uno toma la iniciativa de defender su dignidad personal oponiéndose al criterio general, está perdido, porque su grupo le aborrecerá y para los grupos competidores, uno siempre será un rival no deseado.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Facilidades

Ya ha comenzado la campaña publicitaria de la Agencia Tributaria, eufemismo para no pronunciar la demoníaca palabra de Hacienda, en la que se presentan la facilidades que el Estado pone a nuestra disposición para presentar nuestra declaración de IRPF. Conmovedor: un logotipo con vivos colores, una señorita preciosa sentada en una mesa, con una silla vacía enfrente y un moderno micrófono de teleoperadora, esperándonos con su sonrisa angelical para que todas nuestras dudas sean aclaradas sin ningún tipo de colas o esperas innecesarias. 
Antes de ver el anuncio conviene darse un paseo por la calle Maldonado a las 3 de la mañana para comparar estas facilidades con las "facilidades" que se les brinda a los inmigrantes que necesitan tramitar los papeles de residencia o permiso de trabajo. A esa hora una serie de personas se acurruca en la acera haciendo tiempo para obtener número en la cola de extranjería. Al amanecer, casi como en el  cuento de la cenicienta, la señorita angelical se ha transformado en un guardia jurado con una cicatriz en la mejilla y cara de pocos amigos y el sillón de enfrente de la mesa de atención personalizada, en unas vallas metálicas junto a la acera de la calle a modo de pasillo de ganado, para que la fila se mantenga derechita.
La desfachatez del Estado queda disimulada por el escaso interés que merece este tipo de abusos entre la gente decente. Pocos nos escandalizamos por este tipo de situaciones, y la capacidad de influencia del grupo de afectados en los medios de comunicación es mínima. Como mucho, se conseguirá que la cola, actualmente formadas incluso en barrios acomodados, se realice en unas oficinas más discretas, apartadas, donde no produzcan molestias a los vecinos que presencian el espectáculo.

sábado, 2 de mayo de 2009

Infalibilidad

Un hombre se coloca una sotana blanca e instantáneamente se transforma de un ser humano, un animal racional caracterizado por acertar y errar, a un semidios que, según el diccionario "no puede errar". Ese hombre se despierta todos los días sabiendo que no puede errar y se debe convencer a sí mismo para poder creerse semejante falacia. Mientras toma café con tostadas, medita sobre encíclicas y teología y en cada una de las cuestiones que analiza tiene dudas razonables. Su inteligencia y altura intelectual choca con la razón únicamente para mantener absurdos dogmas de la tradición eclesial. Pero eso no es lo más importante. En realidad, tanto él como los fieles que le siguen tienen todo el derecho del mundo de creerse lo que ellos deseen. El problema viene por otro motivo, relacionado con la libertad del resto para opinar, cuestión que a veces a este colectivo le resulta difícil de asumir, y su dependencia financiera del Estado. Este último aspecto implica que, en cierta medida, los contribuyentes estamos financiando campañas publicitarias a favor de consignas que no compartimos y, en esta ocasión, no tenemos la posibilidad de usar nuestro voto para remediarlo. Esto resulta difícil de admitir, y es la principal razón que legitima el derecho de los que no compartimos la doctrina de la iglesia para elevar la voz en contra. Ello no es óbice para reconocer el trabajo abnegado de muchas parroquias a favor de los más desfavorecidos, y el mérito de un gran número de militantes que forman las bases de la iglesia. Esta labor es la que merece esa financiación pero, por desgracia, no existen los mecanismos para conocer el reparto interno de los fondos que el Estado le reserva cada año.