sábado, 31 de enero de 2009

Cabezas de turco

Los que teníamos cierta cercanía a los detalles de la planificación hidráulica prevista para sustituir la retrógrada y diabólica política de trasvases del anterior gobierno esperábamos con curiosidad el momento en que estallara la mascarada.
Pero lo más interesante, por encima de conocer las razones oficiales, que serán probablemente falseadas de nuevo, como lo fueron las razones de su planteamiento inicial, era la sentencia del juicio sumarísimo del que saldrían los reos a ejecutar como culpables de no llevar a cabo el maravilloso plan desalador. En esta segunda cuestión los políticos lo tienen muy fácil: los ingenieros. Éstos juegan un valioso papel como marionetas a aporrear en caso de que la cosa se ponga fea. Su enorme delito es tratar de llevar a cabo sus delirios de la forma menos dañina. Además, como buenos y leales muñecos de trapo, permanecen callados, aguantando el tipo mientras dure la pública lapidación.
En el caso de que finalmente se produzca un éxito aislado, se mete a la marioneta en el cajón de madera y el político de turno se hace la foto oficial cortando la banda rojigualda delante de un puñado de periodistas. 
Todo fácil, higiénico y aseado. Los contribuyentes no solemos conocer de forma precisa la enorme cantidad de dinero dilapidada de los fondos del Estado en estas aventuras autonómico-festivas con aliño ecológico (que vende mucho y es fácil de manipular), por lo que no se producirán consecuencias en las urnas, que es lo que realmente preocupa.

viernes, 30 de enero de 2009

Despachitis

Trato de designar con esta palabreja las enrevesadas consecuencias que suele provocar la asignación y organización de despachos en las oficinas de los centros de trabajo. Tener un despacho de determinadas características es una cuestión que puede provocar fieras disputas y encarnizados enfrentamientos entre el personal. 
Como manda la ortodoxia, los jefes disponen de oficina con amplias superficies y mobiliario de diseño. Este caso no suele resultar problemático al no plantearse su disponibilidad por parte de los parias de la organización, los subordinados. El problema viene con  los agravios comparativos provocados por la asignación de despachos entre los segundos niveles de dirección y mandos intermedios. Es ahí donde las envidias y el orgullo se inoculan en la sangre de los agraviados dando lugar a esta contagiosa enfermedad. La antigüedad se añade a este peligoso entorno formando la reacción en cadena que desemboca en la tempestad final: "éste, que es un nivel 24, acaba de llegar y mira, ya tiene despacho para él sólo y ¡al lado de la ventana!, y nosotros que somos un 25 y llevamos aquí desde que se inauguró el edificio estamos en este cuchitril...
La segunda derivada es la posición o el equipamiento del puesto en un mismo despacho: la ventana, la orientación del monitor para que no sea visto por los demás, la dimensión de la mesa, el tamaño de la pantalla, el tipo de ordenador... Todo influye a la hora de mirar al vecino con los ojos inyectados en sangre pensando en la grave injusticia cometida por el director de departamento hacia uno, que "se lo merece más,  pero que no es un pelota como Gutiérrez".
Otra cuestión digna de análisis es el efecto anestésico para esta enfermedad que produce que el despacho esté sin ocupar al no estar asignado a nadie. Esta circunstancia no produce malestar, dado que "aunque uno no puede disfrutar de ese maravilloso despacho con luz y un buen puñado de metros cuadrados, nadie, que se lo merece menos que yo, lo hace", por lo tanto no hay motivo para el conflicto...
Estos aspectos reflejan en gran medida lo que somos, y dejan a la vista las miserias que impulsan nuestras reacciones. Llevando este tipo de análisis a otra escala podemos empezar a atisbar los mecanismos que gobiernan nuestro comportamiento como sociedad.

sábado, 24 de enero de 2009

Los peligros del bienestar

La consecución del estado del bienestar ha sido uno de los objetivos de nuestra sociedad en las últimas décadas. Este avance, que resulta un indudable progreso, ha provocado que la calidad de vida actual esté entre las más altas del mundo.  Lo que cabría esperar es que este progreso social llevara asociado un incremento en la virtud personal de los individuos, dado que se facilitan los medios necesarios para aumentar la formación individual y los grandes principios que se nos han inculcado son valores tan genuinos como la libertad, la igualdad o la solidaridad, entre otros. 
Pero la condición humana es compleja, y lo que debería ser un  escenario perfecto para  el desarrollo integral de las personas, se puede convertir en el caldo de cultivo en el que crecen indolentes, vagos o simplemente imbéciles. 
Si nos fijamos en la Historia, encontramos ciclos donde a épocas de progreso le siguen grandes crisis manifestadas en guerras, conflictos o revoluciones. Mi opinión (es probable que si lee esto un sociólogo piense que uno de los imbéciles de los que estoy hablando sea yo mismo) es que las sociedades necesitan para desarrollarse afrontar dificultades, porque su propia superación hace crecer a las personas que las integran. Cuando uno escucha atentamente las opiniones de personajes de las generaciones que superaron las guerras, los campos de concentración, el exilio, la persecución política, siente que sus valores, sus sentimientos y su dimensión humana están muy por encima de lo que estamos acostumbrados a conocer dentro de nuestra idílica sociedad. Es una sensación parecida a la que uno tiene cuando observa imágenes de un animal salvaje y uno de la misma especie criado en cautividad, con todas sus necesidades vitales aseguradas de forma artificial.
Mi opinión es que el propio bienestar genera un entorno de vida fácil, en donde las necesidades más primarias están aseguradas y el tiempo para el ocio se multiplica desmesuradamente. Ello provoca una preocupación desmedida por lo banal en forma de esclavitud por las modas, los caprichos y el narcisismo. Este es el proceso de idiotización masiva que poco a poco degrada a la sociedad. Cuando esta degradación llegue a un estado suficientemente profundo comenzará la curva descendente del ciclo que provocará la crisis histórica que corresponde a nuestra era. El tiempo dirá.

viernes, 23 de enero de 2009

Un perdedor satisfecho

El día que tomé la decisión de pasarme al bando de los perdedores alcancé la libertad. Es este, la libertad, un bien que uno ha de entresacar bajo la superficie como se extrae un diamante de un yacimiento o una trufa del subsuelo del bosque. La superficie, en este caso, se compone esencialmente de clichés que la propia sociedad se ha dado a sí misma para esclavizarse: fundamentalmente el lujo y la posición social. Estas dos empalagosas golosinas son sutilmente utilizadas por el sistema para alimentar a los ganadores, también conocidos como triunfadores. 
El día que decidí perder, mis hijos me lo agradecieron. No me lo dijeron, pero lo pude sentir en poco tiempo. El hecho de tener la oportunidad de permitirse uno mismo tomar una decisión así lo considero el mayor de los privilegios. Ojalá todo el mundo tuviera la posibilidad de hacerlo.
Gracias a todos los que me enseñasteis a ver más allá de lo superfluo para llegar a ser un perdedor convencido.

martes, 20 de enero de 2009

El carisma y las masas

Según la Real Academia de la Lengua Española se define carisma como:
1. m. Especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar.
2. m. Rel. Don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad.
Parece ser que en las sociedades  democráticas avanzadas los candidatos a los más altos cargos de responsabilidad política deben contar como condición indispensable con esta "especial capacidad". Se debería analizar, en mi opinión, cual es la importancia que se le da a este condicionante dentro de las carreras universitarias, doctorados, estudios post doctorales o de máster y en las oposiciones más exigentes de la administración pública, al ser estos los niveles académicos y formativos más elevados en la actualidad. Es de suponer que, en la mayor parte de ellos, este aspecto resulta irrelevante o, al menos, secundario. Quizá sea un aspecto de cierta importancia, y en esto reconozco mi desconocimiento, en técnicas de márketing o periodismo.
Suponiendo que esto fuera así, estaríamos admitiendo que esta "especial capacidad" prima por encima de valores tan fundamentales como la preparación intelectual, la honestidad o la sensatez, por ejemplo. Es asombroso comprobar cómo, en muchas ocasiones, se emiten opiniones sarcásticas sobre personajes de indudable valía personal pero que sin embargo adolecen de carisma o, simplemente, resultan aburridos para la mayoría de la sociedad.
Esta circunstancia, sin embargo, puede tener a mi juicio una explicación. Lo que los partidos políticos demandan en realidad es a personajes con capacidad de acaparar el máximo de votos posible, por lo que sus dotes para fascinar a la población adquieren la mayor relevancia. Si esto se extrapolara a otras civilizaciones, teóricamente menos avanzadas que la nuestra, significaría que los hechiceros, vendedores de elixires, encantadores de serpientes o charlatanes serían los personajes que habrían llegado a los más altos niveles de responsabilidad política, por encima de los sabios o los ancianos de la tribu.
La sensatez y el sentido común chocan frontalmente contra la necesidad de manipular a la sociedad para perpetuarse en el poder. Lo más curioso es que, además, el hecho de tener carisma es frecuentemente utilizado por los analistas políticos como una virtud absoluta digna de admiración. La dependencia de este tipo de valores es lo que, a mi juicio, lleva a esperpentos como los que venimos observando en la política a nivel mundial en las sociedades avanzadas (entiéndase lo de avanzadas como un sarcasmo, por favor).