domingo, 31 de enero de 2016

E = cm2

"Con respecto a Dios, no puedo aceptar ningún concepto basado en la autoridad de la Iglesia. Desde que tengo uso de razón me ha molestado el adoctrinamiento de las masas. No creo en el miedo a la vida, en el miedo a la muerte, en la fe ciega. No puedo demostrar que no haya un dios personal, pero si hablara de él, mentiría. No creo en el dios de la teología, en el dios que premia el bien y castiga el mal. Mi dios creó las leyes que se encargan de eso. Su universo no está gobernado por quimeras, sino por leyes inmutables". 
Albert Einstein

lunes, 25 de enero de 2016

El rincón de mi fracaso

"El éxito es como un terrible desastre
Peor que tu casa ardiendo, los ruidos del derribo
Cuando las vigas caen cada vez más deprisa
Mientras tú sigues allí, testigo desesperado de tu condenación. 
La fama como un borracho consume la casa del alma
Revelando que sólo has trabajado para eso. 
¡Ah!, si yo no hubiese sufrido su traidor beso
Y hubiese permanecido en la oscuridad para siempre, hundido y fracasado"

Mandé este poema a mi hijo Javi y estoy pensando que deberíamos todos tenerlo muy presente porque eso del éxito o del fracaso es bastante elástico
-Yo también he escrito en mi blog este fin de semana
-Ojalá el poema fuera mío, es de Malcolm Lowry, perdón por no citar la fuente...
-Lo mío es una basura, como siempre. Pero me hace ilusión y además es un fracaso seguro, con lo que no tengo peligro de pasar por el desastre del éxito
-Dichoso tú
-Es lo que tenemos los mediocres. Podemos vivir en la dicha de ser unos fracasados. Al menos nos queda eso. De todo lo que escribo, que es público, no lo lee nadie. Como es natural
-Esto es muy gracioso
-Pero sigo con ello. Es el rincón de mi fracaso

sábado, 23 de enero de 2016

Feliz cumpleaños

Las manos temblorosas se aferran al dorso del pequeño taburete de plástico. Nina, la forzuda rumana que han contratado sus hijos, la ha recogido de la cama y la ha llevado en volandas hasta la ducha. Ella, sentada bajo la alcachofa, no habla ni parpadea, solo espera cabizbaja con la mirada perdida... Hace tiempo que ni ella misma nota el hedor que despide, una mezcla de los restos de orines y heces que ha ido acumulándose y fermentando entre su piel y los pañales durante tantos días de postración, y del propio olor corporal que caracteriza a los viejos (o mayores, el diplomático eufemismo que tanto gusta hoy en día) en sus últimos años de vida. Desde hace meses, los informes que maneja el geriatra marcan que su situación clínica dentro de la matriz de Rosser está en un cuadro de mínima calidad de vida. 
Nina nunca pudo imaginar que por un trabajo tan sencillo pudiera ganar un sueldo así, a la altura de un alto ejecutivo en su país. En la granja de sus tíos, el cuidado de las vacas y los cerdos era correspondido con una mísera manutención y un alojamiento sin calefacción ni agua caliente. Para ella, cuidar de la madre del señor Jaime es todo un privilegio y se siente agradecida por ello: a fin de mes habrá pagado la hipoteca de la casa de su único hijo en Brasov y aún le sobrará para los gastos diarios y engordar sus ahorros con los que agasajará a la familia en el próximo mes de agosto, aumentando así la repercusión social de la vuelta a Rumanía durante sus vacaciones.
Como cada dos días, comprueba con las duras yemas de los dedos de su mano izquierda que el agua está templada y cambia el mecanismo de la ducha para que el chorro le caiga desde arriba, dejándole así las dos manos libres para facilitar la faena. El primer golpe de agua es frío, los restos que quedan en el tubo entre las  válvula de cierre y el difusor de salida, y le produce a la vieja un estremecimiento fugaz. Nina la anima con un "ya está, señora, ahora calentita" aderezado con una cariñosa sonrisa, y comienza a frotar la esponja con decisión, lentamente, pero con fuerza, la que acumuló en sus brazos barriendo establos con aquel escobón durante quince largos años. La presión de la esponja moviliza el frágil torso de la vieja, desmadejando el ajado cuerpo al instante. Nina necesita compensar con la mano izquierda la débil reacción del delicado cuerpo para que el empuje que transmite con la derecha no termine haciéndolo caer sobre el plato de cerámica. Eso lo complicaría todo, ella ya sabe que no es fácil recoger ese frágil saco de huesos cuando ha perdido la verticalidad. Mientras la seca con la toalla despaciosamente, dándole calor, la mima con un beso en la mejilla y le dice suavemente con su cariñosa voz "cumpleaños feliz, señora".

viernes, 1 de enero de 2016

Luces y sombras

La luz estaba ahí, al otro lado de las sombras, sus silenciosas compañeras. El brillo le resultaba cegador, brutalmente agresivo para sus ojos de pupilas dilatadas por el largo tiempo vivido en la clandestinidad. Sus manos, de piel dura y cuarteada por la intemperie, como las de un luchador, un solitario superviviente, en lo que se había convertido en los últimos años, se habían transformado en sus herramientas, sus armas y, a su vez, en un humilde motivo de orgullo. Antes de la huida, recordó, eran blancas y suaves: 'manos de seminarista', se decía con displicencia mientras las miraba avergonzado. El trabajo diario, su ascética subsistencia, habían cementado tanto las palmas de sus manos como su voluntad de resistir ante la inmisericorde adversidad de una existencia solitaria. Mientras desollaba los pequeños animales que en ocasiones lo alimentaban y que en otras lo hacían enfermar, recordaba lo que al otro lado, en el luminoso mundo civilizado se conocía como libertad. El recuerdo no afectaba a su semblante, no le provocaba ninguna sensación de vacilación ni tampoco de aquiescencia sobre su decisión de huir. Ni sentía rencor ni se permitía juzgar a los otros. En cierto modo entendía su elección por mantenerse en el mundo de la luz, de los focos, de la compañía, de la comodidad. A pesar de todo, su humanidad le hacía experimentar una cierta sensación de compasión, de piedad hacia ellos. Para él no eran sino inocentes polillas atraídas por el resplandor de las ventanas en las noches de verano. Agitando con fuerza sus frágiles alas, empujando con su cabeza y abdomen el frío cristal que nunca podrían traspasar, llegarían a la extenuación y a una muerte segura, dejando su insignificante cuerpo tendido sobre el mármol del alféizar...