sábado, 23 de enero de 2016

Feliz cumpleaños

Las manos temblorosas se aferran al dorso del pequeño taburete de plástico. Nina, la forzuda rumana que han contratado sus hijos, la ha recogido de la cama y la ha llevado en volandas hasta la ducha. Ella, sentada bajo la alcachofa, no habla ni parpadea, solo espera cabizbaja con la mirada perdida... Hace tiempo que ni ella misma nota el hedor que despide, una mezcla de los restos de orines y heces que ha ido acumulándose y fermentando entre su piel y los pañales durante tantos días de postración, y del propio olor corporal que caracteriza a los viejos (o mayores, el diplomático eufemismo que tanto gusta hoy en día) en sus últimos años de vida. Desde hace meses, los informes que maneja el geriatra marcan que su situación clínica dentro de la matriz de Rosser está en un cuadro de mínima calidad de vida. 
Nina nunca pudo imaginar que por un trabajo tan sencillo pudiera ganar un sueldo así, a la altura de un alto ejecutivo en su país. En la granja de sus tíos, el cuidado de las vacas y los cerdos era correspondido con una mísera manutención y un alojamiento sin calefacción ni agua caliente. Para ella, cuidar de la madre del señor Jaime es todo un privilegio y se siente agradecida por ello: a fin de mes habrá pagado la hipoteca de la casa de su único hijo en Brasov y aún le sobrará para los gastos diarios y engordar sus ahorros con los que agasajará a la familia en el próximo mes de agosto, aumentando así la repercusión social de la vuelta a Rumanía durante sus vacaciones.
Como cada dos días, comprueba con las duras yemas de los dedos de su mano izquierda que el agua está templada y cambia el mecanismo de la ducha para que el chorro le caiga desde arriba, dejándole así las dos manos libres para facilitar la faena. El primer golpe de agua es frío, los restos que quedan en el tubo entre las  válvula de cierre y el difusor de salida, y le produce a la vieja un estremecimiento fugaz. Nina la anima con un "ya está, señora, ahora calentita" aderezado con una cariñosa sonrisa, y comienza a frotar la esponja con decisión, lentamente, pero con fuerza, la que acumuló en sus brazos barriendo establos con aquel escobón durante quince largos años. La presión de la esponja moviliza el frágil torso de la vieja, desmadejando el ajado cuerpo al instante. Nina necesita compensar con la mano izquierda la débil reacción del delicado cuerpo para que el empuje que transmite con la derecha no termine haciéndolo caer sobre el plato de cerámica. Eso lo complicaría todo, ella ya sabe que no es fácil recoger ese frágil saco de huesos cuando ha perdido la verticalidad. Mientras la seca con la toalla despaciosamente, dándole calor, la mima con un beso en la mejilla y le dice suavemente con su cariñosa voz "cumpleaños feliz, señora".

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