martes, 12 de agosto de 2014

Ébola

Occidente mira con el ceño fruncido hacia abajo. La cloaca en que ha convertido al resto del mundo se le escapa de las manos. Lo de menos es que mueran de hambre cientos de miles todos los años, qué más da eso. Se organiza una cena benéfica para lucir los zapatos Louis Vuitton con la presencia de los piadosos políticos y todo arreglado. Tras la cena se da la orden de pegar unos cuantos pelotazos a los negros que asomen la cabeza por la boca de la alcantarilla y a otra cosa, mariposa. Pero ahora a los caciques de occidente se les presenta una situación difícil de solucionar con proyectiles de goma y vallas de alambre de espino. Han llegado demasiado lejos y ahora el filovirus se puede tomar la justicia por su mano. La cifra de muertos es irrisoria si se compara con las tragedias humanitarias que se han sucedido en las últimas décadas pero, en este caso, sí nos sentimos conmovidos porque en algún momento un vuelo puede aterrizar en nuestro país con un incómodo compañero de viaje en su interior.
La Historia nos dice que casi nunca la injusticia quedó impune. Tarde o temprano las almas de todos aquellos a los que hemos matado de hambre y enfermedades se alzarán contra todos nosotros y no tendremos autoridad moral para implorar clemencia.