Trato de designar con esta palabreja las enrevesadas consecuencias que suele provocar la asignación y organización de despachos en las oficinas de los centros de trabajo. Tener un despacho de determinadas características es una cuestión que puede provocar fieras disputas y encarnizados enfrentamientos entre el personal.
Como manda la ortodoxia, los jefes disponen de oficina con amplias superficies y mobiliario de diseño. Este caso no suele resultar problemático al no plantearse su disponibilidad por parte de los parias de la organización, los subordinados. El problema viene con los agravios comparativos provocados por la asignación de despachos entre los segundos niveles de dirección y mandos intermedios. Es ahí donde las envidias y el orgullo se inoculan en la sangre de los agraviados dando lugar a esta contagiosa enfermedad. La antigüedad se añade a este peligoso entorno formando la reacción en cadena que desemboca en la tempestad final: "éste, que es un nivel 24, acaba de llegar y mira, ya tiene despacho para él sólo y ¡al lado de la ventana!, y nosotros que somos un 25 y llevamos aquí desde que se inauguró el edificio estamos en este cuchitril..."
La segunda derivada es la posición o el equipamiento del puesto en un mismo despacho: la ventana, la orientación del monitor para que no sea visto por los demás, la dimensión de la mesa, el tamaño de la pantalla, el tipo de ordenador... Todo influye a la hora de mirar al vecino con los ojos inyectados en sangre pensando en la grave injusticia cometida por el director de departamento hacia uno, que "se lo merece más, pero que no es un pelota como Gutiérrez".
Otra cuestión digna de análisis es el efecto anestésico para esta enfermedad que produce que el despacho esté sin ocupar al no estar asignado a nadie. Esta circunstancia no produce malestar, dado que "aunque uno no puede disfrutar de ese maravilloso despacho con luz y un buen puñado de metros cuadrados, nadie, que se lo merece menos que yo, lo hace", por lo tanto no hay motivo para el conflicto...
Estos aspectos reflejan en gran medida lo que somos, y dejan a la vista las miserias que impulsan nuestras reacciones. Llevando este tipo de análisis a otra escala podemos empezar a atisbar los mecanismos que gobiernan nuestro comportamiento como sociedad.
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