Ha quedado con P en la panadería para dar una vuelta antes de comer. Seguro que ya se ha enfundado su camiseta de Hilfiger y lleva las zapatillas blancas con el símbolo de Nike azul claro. Qué faena, él solo dispone como fondo de armario de unas zapatillas Paredes y unos Lois. Al menos la camiseta pasa el filtro de la mirada de sus colegas del barrio de toda la vida. Avergonzado por la facha, sale de su casa, casi pidiendo disculpas por lo ridículo de su atuendo.
La panadería es el centro neurálgico donde se concentran los jóvenes colegiales del barrio. Es ahí donde uno ha de atraer la atención de las jóvenes estudiantes del colegio de monjas. Se trata del colegio donde acuden las hijas de las parejas del barrio de toda la vida. Al llegar a la puerta, P le saluda y entran a pedirse una palmera de chocolate y un bote de coca-cola, inmejorable caldo de cultivo de un acné que se precie. Contentos con su botín se acomodan en el escalón junto al escaparate. P le pregunta si va a acudir a la protesta vecinal por el nuevo complejo de viviendas de protección social que se están construyendo en pleno corazón del barrio. Él niega con la cabeza. ¿Por qué habría de protestar por ello? No acaba de comprenderlo.
P le explica con animosidad que su padre le ha dicho que los nuevos vecinos traerán delincuencia y droga a un barrio decente. - Además, los nuevos habitantes no son del barrio de toda la vida (piensa él irónicamente). Mientras paladea la deliciosa palmera de chocolate se pregunta: pero, ¿cuántos años tiene el barrio? Mis padres siempre me han dicho que cuando se mudaron a vivir aquí tras mi nacimiento no había más que campo y algún pastor con sus ovejas... entonces, cuando P me habla de los del barrio de toda la vida ¿se referirá a las pacíficas ovejas merinas o a sus esforzados guardianes? Por la mirada de los que me rodean, yo diría que lo primero - piensa mientras les echa un vistazo de arriba abajo con sus ojos curiosos.
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