Un hombre camina por la calle. Mantiene un paso cansino y no parece tener prisa por llegar a su destino, en caso de que lo tuviera. Su mirada perdida denota una sensación de indiferencia respecto a todo lo que le rodea. Los viandantes que se cruzan a su paso, caminan apresurados y sudorosos, la mayor parte de ellos buscando la forma de escapar de la ciudad tras una semana más de resistencia. El hombre no tiene necesidad de escapar, no ha sido acorralado durante la semana y su única ilusión es encontrar un banco a la sombra para tomarse un respiro mientras el calor da una tregua.
El hombre observa detenidamente a los angustiados individuos y trata de adivinar en qué van a ocupar el tiempo libre que les corresponde por contrato. Cogerán el metro en la boca más cercana y tras el trayecto, en plena hora punta del mes de julio, y con las camisas empapadas de sudor, llegarán a la casa donde sus familias les esperan ansiosas por iniciar la huida. Acaba de empezar la encarnizada lucha por llegar a tiempo hacia el desesperado reposo semanal.
El hombre se acomoda cruzando las piernas de forma serena y enciende un cigarrillo mientras piensa en lo que se podría haber convertido su vida en el caso de que Elisa hubiera aceptado su proposición. Ella no quiso asumir el riesgo de una vida a su lado. Su objetivo era tener un hijo apresuradamente antes de que su edad le negara cualquier posibilidad y contratar una hipoteca a la que dedicar sus esfuerzos durante los 30 próximos años, aunque para ello tuviera que renunciar a su gran amor. Mientras apura su última calada medita sobre su futuro. Estará solo, no le cabe duda. A estas alturas, las conversaciones vacías propias de los flirteos nocturnos ya no le interesan, ni siquiera para llevarse a una cuarentona a la cama de tarde en tarde. De haberse querido engañar, ya tuvo la oportunidad de hacerlo con aquella a la que quiso deseperadamente.
El hombre se levanta y camina hacia la librería. Busca entre las estanterías una novela que cierto día regaló a Elisa y nunca más pudo encontrar. Mala suerte. El librero, testigo de numerosas búsquedas en vano, se acerca al hombre y le ofrece un libro en una bolsa de plástico. Él lo acepta con un gesto de agradecimiento sincero y con un lacónico "gracias" se despide hasta la próxima semana.
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