jueves, 1 de julio de 2010

Incorrección

Reinvindico el rencor. Me niego a aceptar su desprestigio. No sólo es un sentimiento humano sino que además es una defensa natural que resulta útil y necesaria. La tradición judeo cristiana nos alecciona en su contra. Nos inculca la cultura de la mansedumbre y el perdón. Establece que las personas rencorosas sufren por este motivo. Esta argumentación resulta falsa y del todo hipócrita. Conozco los sentimientos de muchos de los que predican la reconciliación y el perdón y, por sus actos, es fácilmente comprobable que no actúan en consecuencia.
La clave, en mi opinión, está en la templanza y mesura a la hora de enjuiciar el comportamiento de los demás. La realidad es que, simplemente, en la mayor parte de los casos, no existe justificación para tener rencor a nadie. Basta con tener la suficiente humildad para reconocer que las personas nos equivocamos en nuestros actos y eso puede tener consecuencias para los que nos rodean. Ello, una vez asumido, ni resulta extraño ni puede ser objeto de reacción por nuestra parte. Pero, dejando a un lado este tipo de cuestiones, existen conductas abyectas, detestables per se por su origen y voluntariedad, que no pueden ni deben ser perdonadas. No nos pueden convencer de que lo que sentimos de forma natural como respuesta a determinados actos injustificables venga de la maldad innata de nosotros mismos, en la medida de que somos seres humanos que han cometido esa entelequia indescifrable que se llama pecado original (o algo así) y por la que tenemos el alma manchada ya desde bebés. Sólo faltaría eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario