domingo, 25 de octubre de 2009

Influenciable

A menudo se preguntaba sobre las bondades o maldades del hecho de ser fácilmente influenciable. Por una parte, pensaba, seguir un estilo propio, tener una línea de actuación personal resultaba siempre recomendable. Sin embargo, renunciar a las influencias positivas que podría recibir de los que le rodeaban no parecía inteligente. Seguro que existía un equilibrio entre ambas posiciones pero, en ocasiones, no resultaba fácil llegar a combinarlas adecuadamente.
Si le dieran a elegir, prefería quedar bajo la máxima influencia posible de aquellos a los que admiraba, los que, a su juicio, acaparaban la sabiduría, el temple, la intuición, la curiosidad, las ganas de aprender, el sentido del humor, la ironía, el desprecio hacia los tópicos y lo políticamente correcto. Por el contrario, seleccionaría la estanqueidad contra aquellos que personifican los valores opuestos. Actuando de esta forma, según él, se podía alcanzar, por un lado, la satisfacción personal de poder elegir y, por otro, no renunciar a la valiosa aportación de los mejores.
Los que le rodeaban, al referirse a él, reconocían a un personaje mediocre, un ser impersonal, adusto, apático, insociable, en definitiva, lo que en nuestra sociedad se entiende como raro. No resultaba sencillo para el resto comprender su evidente falta de interés por relacionarse con ellos, mientras no dudaba en mantener largas conversaciones con el bedel de la tercera planta, un personaje patibulario y excéntrico, un perdedor, un don nadie, que aprovechaba las largas horas de espera para devorar tantos libros como le fuera posible.

2 comentarios:

  1. Gracias Molinos, me hace mucha ilusión que le guste a alguien lo que escribo y encima que tenga el valor de decírmelo...

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