martes, 18 de agosto de 2009

Competir

La competitividad está en boca de todos. Es muy importante ser competitivos, es decir, ser capaces de disputar con los demás por conseguir algo a lo que ellos y nosotros aspiramos. En sí mismo, competir no representa ninguna cualidad, más bien lo contrario, ya que dentro de su definición solo existe una componente de lucha, de conflicto para conseguir lo deseado, sin entrar en métodos ni pautas de actitud. Quizá sea la mejor apuesta de los poderosos, fomentar entre los que forman la base productiva de sus empresas que sean capaces de pisar la cabeza de cualquiera por un chusco de pan, siempre que con ello se aumenten los resultados a final de año. Pero esta consigna ha calado hondo. Es fácil de comprobar, basta con advertir la agresividad que nos rodea. Ya no se refiere solo a una conducta empresarial agresiva, el concepto está en la calle, en las universidades, en las instituciones, impregnando todo de un corrosivo halo que nos va consumiendo poco a poco, sin darnos cuenta.
La búsqueda de la excelencia, por el contrario, está denostada. La excelencia es en sí mismo un objetivo esencial. Su único propósito es lograr mejorar como individuo, aumentar sus cualidades, la calidad de su trabajo, su conducta personal, su honestidad, y todo ello sin mirar al de enfrente, sin buscar la ruina del colega o del compañero. En general, las personas que se centran en conseguir la excelencia, suelen eludir la competición. No les atrae en absoluto la disputa, sino el propio hecho de avanzar, de ser mejores y de divertirse lo más posible con ello.
La búsqueda de la excelencia no es coto privado para los grandes pensadores o las mentes preclaras. La mejora de uno como persona no depende del punto en que inicie el proceso. Siempre es posible conseguirlo. La diferfencia entre unos y otros es hasta dónde podrán llegar a lo largo de su búsqueda, de su perfeccionamiento personal.
Pero esta tarea implica esfuerzo, motivación, tesón y la confianza personal en que es lo mejor para uno mismo y para los que le rodean, ya que los premios son intangibles (aunque extraordinarios), muchas veces alejados de la realidad material. Probablemente nunca se conseguirá llegar a dar un pelotazo, ni será fácil entrar dentro del mundo de los triunfadores oficiales, de los que compiten, pero la compensación será inmensa, porque uno se sentirá orgulloso de sí mismo. O al menos eso creo.

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