Un hombre con mascarilla habla sobre el peligro de la pandemia. Los que le rodean, también armados de las ridículas protecciones, miran atentamente la entrevista del periodista de la televisión. Todos, incluido el periodista, han tomado las debidas protecciones profilácticas para que la infección no les afecte. Todos, incluido el periodista, tienen miedo a la enfermedad, o siendo más precisos, tienen miedo a morir. La mayor parte de ellos profesa una religión que reconoce la resurreción de los muertos y que promete una vida eterna y feliz. Todos ellos saben con certeza que morirán. Todos ellos, salvo los suicidas o los enfermos terminales, saben que no podrán predecir la fecha de su muerte, pero este hecho no les produce el mínimo temor. Morir infectados por un virus, aparentemente sí. Muchos de ellos conocen que la probabilidad de morir de un accidente de tráfico supera con amplitud la probabilidad de morir por ese virus, pero al subir a su coche se quitan la careta y respiran aliviados. Las autoridades sanitarias emprenden campañas para adoptar medidas y tranquilizar a la sociedad. La alarma social no es porque haya surgido una epidemia sino porque, esta vez, la epidemia puede afectar al higiénico y aseado primer mundo aparentemente aislado de todo tipo de peligro. Las epidemias de malaria y tuberculosis en el tercer mundo provocan un tímido gesto de contrariedad y, como mucho, un par de euros en el sobre del Domund. Pero al menos nos queda el respiro de los ingresos extra que seguramente alcanzarán las empresas que comercializan las mascarillas y el tamiflu, que obtendrán pingües beneficios a costa de la estampida social. Nos comportamos como ganado y este hecho se acentúa en los momentos difíciles. La altanería y el gesto orgulloso de los ciudadanos acomodados sobre las butacas de cuero de sus potentes automóviles alemanes se tornan en ojos de cordero degollado cuando un pequeño ser vivo sufre una mutación. Los problemas principales de su existencia dejan de ser las posibilidades de éxito de Fernando Alonso o el campeonato de Liga. Ahora se trata de ser los agraciados en la lotería del virus. Que no nos toque, piensan todos. El virus no es clasista, admite a todos como recipiente y eso, a pesar de todo, es de agradecer. Al menos el microorganismo va a poner a todos a un mismo nivel. Ésto no lo ha podido conseguir ningún ser humano a lo largo de la Historia.
¿Y el pápel de la prensa en todo esto? Ya no es importante la noticia e informar a la gente. Lo importante es hacer que la gente entre y pinche en la noticia, para contabilizar visitantes y por supuesto la gente pincha antes en " sepa como ataca el virus su cuerpo" que en " un millón de africanos mueren por malaria cada año". De vergüenza.
ResponderEliminar¿Todavía esperas algo de la prensa? Yo la di por perdida hace tiempo...
ResponderEliminarNo espero nada de la prensa desde hace muchísimo tiempo pero me alucina como siguen cayendo cada vez más bajo sin ningún tipo de vergüenza.
ResponderEliminar