jueves, 12 de agosto de 2010

Éxito

Me resulta escandaloso la frecuencia y arbitrariedad con la que se utiliza la palabra éxito. En mi ingenua ignorancia, pensaba que el éxito era el resultado de aplicar la excelencia, el trabajo y la calidad en la realización de una determinada actividad cumpliendo un objetivo de forma brillante. Dada la situación, me decidí a consultar el diccionario, quedando asombrado una vez más por mi escaso dominio del vocabulario. Así, la RAE define en su diccionario el éxito de la siguiente forma:

éxito. (Del lat. exĭtus, salida).
1. m. Resultado feliz de un negocio, actuación, etc.
2. m. Buena aceptación que tiene alguien o algo.
3. m. p. us. Fin o terminación de un negocio o asunto.

Es decir, el éxito se refiere esencialmente al resultado de la actividad o a la popularidad social adquirida por lo realizado. Por lo tanto, he de reconocer mi error ya que, contrariamente a lo que pensaba, su uso es en general correcto.
Sin embargo, este descubrimiento me hace porfiar aún más en el desprecio que me produce la repercusión que el éxito ha adquirido entre nosotros. El éxito es perseguido como la leyenda de El Dorado lo fue para los antiguos conquistadores. La consecuencia de su persecución es que todo se enfoca hacia los resultados y, ésto, en su degradación más extrema, conlleva aceptar aquello de que el fin justifica los medios. No es de extrañar por lo tanto la degeneración moral de los programas de los medios de comunicación o, sin ir más lejos, la de las empresas, lobbys o del sistema financiero mundial. El fondo del problema es el mismo, los atajos para una búsqueda rápida del éxito.
Sólo cuando el éxito es la consecuencia de nuestro comportamiento, y no un fin en sí mismo, es cuando éste adquiere algún valor, si es que lo tiene. Pero en su significado no se incluye nada de esto, por lo que, una vez más, manifiesto mi menosprecio más absoluto por el éxito.

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