viernes, 20 de agosto de 2010

Ángel caído

Nadie pudo entender su reacción. Era un buen muchacho, jovial, alegre y con interés por aprender de todo lo que le rodeaba. Tras ese domingo de agosto, nada volvió a ser igual para él. No se supo la razón exacta de su trastorno que, a la postre, resultaría definitivo.
La realidad es que esa tarde, tras despedirse de su tía Carol y de Fidel, su marido peruano, salió a la calle para dirigirse a la villa en que sus padres pasaban los meses de verano. La villa era un viejo caserón solariego en la que sus padres habían derrochado tiempo y los ahorros de su vida para convertirla en una moderna casa de campo donde pasar sus últimos años de vacaciones. La casa de su tía y la villa estaban separadas por un corto paseo de unos 20 minutos. Era una trocha rural que en verano estaba rodeada de un frondoso bosque de helechos y eucaliptos. Pasear por ella era un verdadero placer, especialmente al amanecer y a última hora de la tarde, a la luz del crepúsculo. Mirando hacia el Oeste desde el punto más alto de la ruta se divisaba el mar y, en el ocaso, era parada obligada para los escasos caminantes, que quedaban hechizados por la puesta de sol. Los días en que soplaba el mistral, la maravillosa vista quedaba consagrada por el crepitar enfurecido de la espesura. Él aprovechaba este acicate para visitar a Carol con mayor frecuencia de lo que hubiera sido normal en una relación como la suya, cordial y a la vez distante. Salía de la villa a media tarde y volvía casi entrada la noche, muchas veces cargado con un talego de tortas de manteca que ella solía comprar en el mercado de la aldea para sus padres.
Pero esa tarde sucedió algo diferente. Tras el paso del mirador del mar, empezó a notar escalofríos. Se sentía observado, pero no era capaz de avistar a nadie a su alrededor. Esto le hizo forzar la marcha para tratar de alcanzar lo antes posible su destino. Caminaba rápido y el sudor le empezaba a recorrer la frente mientras el miedo le hacía palidecer. De repente, sintió un leve desfallecimiento que le obligó a parar un instante. Cerró los ojos para tratar de recobrar la consciencia y en el fondo negro de la mirada, cegada por los párpados, apareció una cara. Era una rostro de rasgos angelicales y piel blanca. El pelo era rubio y ensortijado. El gesto, inicialmente sugería una actitud timorata, mirando hacia abajo, sin prestar aparente atención hacia él. 
Tras unos instantes eternos, la cara fue levantándose, mostrándole sus delicados pómulos y las suaves curvas de sus cejas sobre los ojos levemente cerrados. Una vez descubierto el rostro por completo, el rostro abrió los ojos y en ese momento él sintió el frío del pánico inoculado en su médula espinal. Los ojos amarillentos, inyectados en sangre, le miraban fijamente, con una profundidad para él desconocida, con un aire desafiante. Tras dos segundos de terror, abrió los ojos y volvió a ver la senda que le dirigía a la villa. Con un paso lento y rígido inició la marcha. Su mirada, perdida. El habla, para siempre también...

3 comentarios:

  1. ¿Porqué nadie comenta?Es espeluznante.

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  2. La contestación es muy fácil. Este blog no lo lee casi nadie

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  3. El truco está en que tu comentes en otros "blogs" y entonces el personal se asomará a ver que escribes y les gustará.

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