lunes, 10 de mayo de 2010

El parque

1980.
Unas carreras escalera abajo, en la mano izquierda un bocadillo de media barra con un exiguo relleno de chorizo de pamplona. En la derecha, un balón de cuero gastado. Una sonrisa de oreja a oreja y un grupo de amigos con pantalones cortos para empezar el juego. El terreno de juego es un solar de arena endurecida y piedras, con algún cascote de cristal y envases de plástico esparcidos que formarán los postes de las porterías, una vez agrupados en el sitio adecuado. Los amigos esperan impacientes la llegada del balón para iniciar el encuentro mientras apuran el pico del pan. El calzado es variopinto: algunas zapatillas, muchos zapatos de suela dura y mayoría de calcetines blancos subidos hasta la rodilla. Hay risas, competencia, complicidad, lágrimas, insultos, reconciliaciones, abrazos, empujones, en definitiva: amistad. El partido acaba como siempre, unos ganan, otros no, las rodillas desolladas, las camisas empapadas y, tras alguna que otra pelea, la vuelta a casa, con el resuello suficiente para subir corriendo de tres en tres los escalones y plantarse en la puerta para llamar al timbre.
2010.
El estadio de los partidos inolvidables, el viejo solar, se ha convertido en un lujoso parque infantil. En el parque, cuidadosamente equipado con juguetes homologados con severos controles de calidad para garantizar la seguridad de los pequeños, los padres acompañan a sus hijos mientras éstos les exigen despóticamente su atención para compartir sus juegos. Los padres, con una resignación casi superior a su aburrimiento, hacen caso sin pestañear mientras vigilan que nadie se acerque a sus pequeños tesoros. Las pequeñas joyitas detestan bajar al parque tanto como sus padres porque nada les entretiene más que su consola de videojuegos y el aburrimiento de los mayores les contagia rápidamente. Surge una disputa por utilizar uno de los columpios con el niño al que acompaña el padre calvo con gafas. No hay problema. La solución ejemplarizante de los adultos se materializa en un amistoso y diplomático arreglo entre padres ("hay que compartir Lucas..., ¿no ves que este niño es pequeño y lleva tiempo esperando para subir?") bajo la infantil mirada de asco entre los pequeños tiranos. De vuelta a casa, todo ha ido bien, objetivo cumplido: "los peques" se han socializado y han aprendido a compartir las atracciones del parque con los demás niños. Además ninguno ha sido secuestrado por ningún desaprensivo, ni ha sido perdido de vista por el padre en ningún instante.
¿2040?

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